De paso leo en la misma columna que se realizan reuniones en el este de Caracas entre representantes de la oposición, la iglesia y grupos económicos para concordar un plan contra la reforma, comprometiéndose la Iglesia en movilizar los colegios católicos.
Se preparan, pues, ángeles y demonios, como para una guerra. Los sectores más recalcitrantes no dan cuartel en su obsesión desestabilizadora. En su razzia golpista no les importa matar a los suyos, como ya es conocido desde los hechos del 11 de abril de 2.002, y como es práctica facistoide desde que conceptualmente se definió el maquiavelismo político.
En tiempo pasado, en plena efervescencia golpista, se oía de todo en la calle: que matarían un gobernador muy querido y gordito de la oposición para achacárselo a Chávez y darle combustible a la protesta; o quen matarían un cura para calentar más al pueblo, de una vez por todas, un cura que de paso les molestaba y que así aprovecharían para quitárselo de encima.
Parece que desde hace un tiempo los tigres dientes de sable de la oposición política venezolana acarician un acto desbordante de esta naturaleza, ciegos en su odio contra el "régimen". Hoy, nuevamente, vuelven con el cuentico. Buscan la violencia a cómo de lugar, cónsonos con aquella apreciación de que revolución y socialismo no es compatible con la democracia, aunque la democracía que se tome como canon sea una manzana requepodrida.
Para estas mentes, las cosas tienen que promediarse bajo un baño de sangre, dejando idealismo y humanismo para las páginas de libros de ciencia ficción. ¿Revolución pacífica? ¿Qué locura es esa? Si la historia -la de su conveniencia- la define como un proceso bañado en sangre, y, si es a lo chileno, mejor.
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