Muchas razones confluyen quizás en estos cambios intelectuales, semejantes a mutaciones animales en la naturaleza, todo en virtud de la natural supervivencia. El cansancio de llevar una vida estigmatizado como el dirigente demonizado de la izquierda, la caía del muro de Berlín y el desmoronamiento de viejo templo de sus especiales ideas revolucionarias, la ocasión que tuvo de probar las dulzuras del poder cuando fue el hombre fuerte de Caldera, lo cual lo llevó a la convicción de que había equivocado ideológicamente su vida; el deseo eterno de presidir al país, que no falta en cualquier político, o, sencillamente, la vejez, que estraga al intelecto con una compleja incidencia hormonal y miedos conservacionistas, instintualmente hablando.
1979: "LA SANGRE DE PETKOFF El jueves 25 de octubre, la violencia tomó las calles de Caracas, a raíz de la huelga obrera realizada en todo el país. La jornada terminó con destrozos en las vías públicas y dejó más de sesenta heridos. Entre los lesionados, estuvo Teodoro Petkoff - quien aún no se había lanzado a presidenciales- y otros dirigentes obreros y políticos." ( Tomado de Notitarde.com)
Lo cierto es que hay un cambio, y, biológicamente hablando, se entiende porque se opera con el propósito de supervivencia, independientemente de la causal. Pero en el caso de Teodoro hasta los mismos animales se asombran, porque cuando ellos mutan ni se enteran y no cambian de especie tan rápido, siendo vehículos de transferencia genética para las futuras generaciones (¿lo es él?). El tigre continúa siendo tigre y el ratón, ratón.
Cuando el hombre fungió como el funcionario fuerte del gobierno de Caldera y con su Cordiplan y otras dependencias les birló los trabajadores venezolanos sus prestaciones sociales, daba síntomas firmes de su telúrica mudanza. De luchador de calle, peleador contra regímenes oprobiosos y defensor de los derechos de los trabajadores, apenas tuvo chance pasó a formar parte de la otra orilla, alineándose con aquellos que durante tanta vida combatió: los patrones, los pudientes, los amos del valle, los plutócratas, los explotadores infinitos, los hoy golpistas, como si toda su vieja prédica no hubiera sido sino una herramienta desechable para escalar posiciones en el establishment y atenuar las preocupaciones del porvenir, como una temerosa vejez.
Hoy, con lo que hizo, no nos queda duda del cambio de especie. Metido a empresario de los medios de comunicación, defiende sus intereses a ultranza, no escatimando prácticas contra la clase trabajadora que en otro tiempo habrían provocado su indignación e histéricos gritos frente a cámaras de televisión. Sin más ni más botó a los distribuidores de su periódico Tal Cual, defendiendo su derecho empresarial a no arreglarlos ni a ofrecerle ninguna compensación laboral, fiel a su pasada y personal tesis de confiscación.
Ante la presión de los reclamos, sacó entonces la garra de experimentado negociador politiquero devenido en comerciante: les propuso vendiesen el periódico y se quedasen con los ingresos, cuando la realidad es que el apenante panfleto parece que de las cinco mil impresiones que tiene sólo vende mil en la actualidad. Teodoro lo sabe porque él es más inteligente que nosotros -virtud a tan extraordinaria mutación, seguro-, y pretende acallar la crítica con el sofisma generoso de "regalar" su producción. Pero lo que nosotros sabemos es que el hombre a cómo de lugar lo que quiere es mantener en forzada circulación un diario que juega a la desestabilización política del país y que es complacencia de sectores de la sociedad venezolana cuyo deseo es ver al presidente Hugo Chávez dos metros bajo tierra.
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