En la política corriente, esa que se ha institucionalizado como un esquema consabido al que el elector se somete y refrenda yendo a votar, no existen lo que propiamente se llama "hombres con ideas". No puede haberlo, so pena de presentarse un conflicto entre las particulares ideas del candidato y el sistema que preserva el modelo político “democrático”. Por lo general, y esta generalidad se ha verificado en lo pocos casos que se han dado, cuando una figura con semejante talento adviene, no viene sola sino con toda una época, y viene para generar cambios. Es lo que se conoce como revolución, hecho que ocurre extraordinariamente en el mundo.
Debe el candidato, en aras de la estabilidad del sistema, mostrar condiciones y formato mental tal que aseguren su obligado respeto a los intereses partidistas, institucionalizados de suyo, desde el momento en que los partidos y el esquema lo están. Detrás de su aparataje subyacen las cuotas de poder de los entes innominados que controlan y manejan las palancas fundamentales de una sociedad a que la colocan a su servicio bajo la pantalla de la democracia y la ley. Ello lo sabemos hartamente, incluso antes de que nacieran doctrinas que la fundamentan como su filosofía.
Tenemos así que la tendencia esquemática de los modernos modelos políticos en países como EEUU, España y México, para nombrar la familiaridad, se reduce a una dualidad derechista o de centro, dando espacio siempre, como un cargo de conciencia, a una izquierda empequeñecida, que sobrevive tenuemente como un partido menor (aunque no siempre menor), timbrado y controlado por sus cuatro polos, como si allí se contuviera la amenaza desestabilizante de los intereses creados, lo brotes temibles de la revolución, de los cambios, esto es, los hombres de ideas de los que hablamos.
El Partido Demócrata y el Republicano en EEUU, el Partido Popular (PP) y Socialista Obrero Español (PSOE) en España, y el Partido de Acción Nacional (PAN) y el Revolucionario Institucional en México, para citar países de la familiaridad, sin dejar por fuera a la Venezuela de la IV República, como es claro. En cada uno de ellos, la derecha y factores de la izquierda (llamado socialismo) se juntaron para jurar un pacto de centro, el cual defienden a capa y espada, a excepción gringa, donde la derecha y la derecha lo hicieron para jurar una alianza de derecha elevada al cuadrado. Partido Socialista, Partido de la Revolución Democrática (PRD), Movimiento al Socialismo (MAS), son algunos nombres, unos con más relieve que otros. En cada uno de esos países, también, subsiste la izquierda en su forma recia, como partido comunista, en la forma que dije, estigmatizado, temido, controlado y hasta utilizado por la hipocresía que quienes gobiernan para llamarse "amplios" políticamente, pues dan espacio en sus países a todas las tendencias, con todo lo que de amenaza al estatus impliquen.
De los partidos comunistas surgen invariablemente los socialistas como una propuesta de toma del poder intentando utilizar los métodos de la democracia, de tinte conceptual derechista, dada la imposibilidad de calar popularmente con las doctrinas de corte intelectual del comunismo filosófico. Semejante conato ha tenidos sus momentos de gloria en muchos países, pero también ha sido escenario para grandes situaciones de vergüenza política, como en Venezuela con Teodoro Petkoff y un tal Mujica, quienes al ser asimilados por el sistema se muestran más derechistas como el que más, es decir, se van a la ultra derecha con tal de mantener cuotas de poder que a fin de cuentas no son más que migajas en los bolsillos de otrora "dignidades revolucionarias".
Tales hombres, de derecha y de izquierda, del sistema o idealistas, son los que le dan vida a ese discernimiento que llamamos "política". Unos están ahí, como en un semillero, para cuando llegue el momento de cambiar con sus vidas e ideas a veces hasta el mundo. Otros, pertenecen a la cotidianidad de entender la política como un esquema consuetudinario. Unos presentan un discurso que comprometen con sus vidas, como hay tanto ejemplos; otros, presentan otro que comprometen con la institucionalidad y los intereses creados tras bastidores “democráticos”. Un Salvador Allende por allá, un candidato cualquiera del otro bando por acá.
Dentro de las filas de la derecha (y es una perogrullada decrilo) no tendrá jamás cobertura un individuo del que se dude asegure aportes a la costumbre, por más que se le trabajen matices de la diferenciación, como la raza, el color de la piel o el sexo, en fin, nada que implique cambio importante, lejos de hablar de revolución. No va más allá de un acto de maquillaje travieso para discursear entre las masas, suerte de encanto circense para el elector. Por ejemplo, el candidato Obama en la actual campaña de los EEUU, sobre el cual recaen ilusiones de que puede cambiar el curso del tratamiento de los apaleados estigmas como el ser negro o latino en EEUU, o ser inmigrante; o con la misma Hillary Clinton, a la que le manejan su novedosa condición de mujer candidata, para efecto y consecuencia de las identificadas con su sexo en ese país. Son ambos, blanco y negro, mujer y hombre, anglosajona una o de origen keniano otro, objetos políticos del mismo saco, a quienes los filtros han permitido su ascenso porque en sus convicciones nada hay que amenace o cambie el hábito.
Para los ciudadanos es una agradable competencia entre el negro y la blanca que viste el ánimo con la novedad que entretiene. Ningún hombre de ideas por ningún lado; hombres del sistema por doquier. Nunca dejará de sorprender que el "negrito", de resultar ganador, reprima aun más a los de su color y se ponga más severo con los inmigrantes y hasta le sume un piso al paredón de la vergüenza que se construye en la frontera con México; o que la blanca dama se olvide del cacareado voto femenino. Al ser candidato del sistema, se es objeto de presión del sistema mismo: cada uno de ellos, según la costumbre institucional, hará sus propias guerras y reprimirá a quien tenga que reprimir, porque no son ellos quienes gobiernan, sino las anónimas fuerzas del sistema capitalista e imperial. Es el formato. El hecho de ser negro o indio, marginados estigmas en el país, no asegura mayor cantidad de "humanismo" en el alma de un eventual candidato, como muchos mientan por ahí; sino que lo diga la misma Condolezza Rice en el poder, caballo de batalla de George Bush, hasta hace poco metiendo sus narices en Colombia, matando moscas blancas o negras según le convenga a “patria”.
Y al no haber hombre de ideas, tampoco los hay de palabra. Dado el esquema institucionalmente petrificado del uso político moderno, la política ha derivado en el arte de elaborar un discurso que coincida con el pensamiento de la mayoría, fundamento de la apostrofada y llamada democracia. Un arte de cabarets y prostíbulos, para ahorrar palabras. El político que hoy dijo "blanco", en su afán por mantener el favor del pueblo, mañana dirá "negro" sin grandes escrúpulos, cual meretriz realizando un baile sensual ante su cliente, el postor. Logran sus propósitos, y muchos de ellos, dadas las circunstancias históricas, hasta logran escalar el puesto máximo, sin trabajan sus inconsecuencias para que las olvide el pueblo.
Pero por lo general son pequeños políticos del sistema que no trascienden al cargo inmediato de mantener un sueldo a costa de los disparates de su lengua. Si bien es cierto que el sistema les da cobertura, dado su carácter espectacular, donde nadie quiere un hombre de esos "de ideas" que sea consecuente con su palabra -¡nada perturba más!-, también es cierto que un político que incurra en semejantes contradicción reduce de modo trágico sus posibilidades en el mercado de la política, pues tanto el sistema como el elector se resienten de lo inestable que genere desconfianza, y a un político en ese trance, de hablar gamelotes o cualquier pistolada, por lo general le dan un cargo menor de consolación. Políticos así rozan el estatus de payasos del circo político de su contexto y tiempo. Candidatos de la risa.
En Venezuela, para no ir tan lejos, tenemos dos joyitas de estas últimas que no nos hacen sentir precisamente orgullosos de nuestra fauna política, pero que seguramente, por el esfuerzo bufonesco, el pueblo estará dispuesto a compensarlo con algún "carguito" dentro del aparato de gobierno local o legislativo, según en el área regente la oposición, que de oposición hablamos, por cierto. Se tiene que ser agradecido con lo pintoresco y gracioso.
Se trata de Oscar Pérez y Hermmán Escarrá, dos figurones del discurso político avergonzante, ayer abstencionistas porque consideraban dudosa la institucionalidad electoral, hoy postulantes a candidatos por la alcaldía de Petare (Sucre) y gobernación de Anzoátegui, respectivamente, de repente convencidos de la credibilidad del juez.
Uno se dice: ¡Cómo apreciar qué para votar por quién! Ambos constituyen una burla para el electorado venezolano, uno de ellos llamando a la abstención durante los comicios que la misma oposición ganó y el otro, amén de abstencionista, llamando a su famosa "marcha sin retorno" durante los mismos comicios; ambos aspirando a gobernar. ¡Qué tal! A no dudar, ambos entrarán en el juego variopinto de las elecciones políticas, pero título de eso nomás, de juego, de espectáculo, como se dijo arriba, llenando el requisito de todo evento electoral: su carácter circense o carnavalesco. Un violento de tiras cómicas y desestabilizadoras en la calle y un gordito leguleyo inconstitucionalita aspirando a la constitucionalidad de unos cargos. ¿No es para reír un rato?
Puede permitirse la política en el contexto bufonesco de la democracia derechista no tener palabra, ni postura, hablar gamelotes, ir de aquí para allá, a la deriva, como un payaso, ¡que importa!; lo que importa es que una vez hecho el desaguisado, no puede aspirarse a gobernar seriamente a un pueblo contando con su propio voto –un harakiri de la risa-, menos cuando el contexto en que se desenvuelve no es precisamente el de la sempiterna derecha política que fabrica a sus candidatos.
Sin duda son especies retrógradas, políticos disecados en el tiempo, ejemplares que no consiguen laguna política para sus nados, modelados por el cincel de la inconsecuencia y la incomprensión del momento histórico que vive su país. Pero, como se dijo, el desagracimiento no es justo y está página le hace justicia a su pintorequismo y graciosura, porque nos ha permitido hablar del tema de la democracia, la derecha, la izquierda y, sobretodo, de los hombres sin posiciones ni palabras, y viceversa.
Debe el candidato, en aras de la estabilidad del sistema, mostrar condiciones y formato mental tal que aseguren su obligado respeto a los intereses partidistas, institucionalizados de suyo, desde el momento en que los partidos y el esquema lo están. Detrás de su aparataje subyacen las cuotas de poder de los entes innominados que controlan y manejan las palancas fundamentales de una sociedad a que la colocan a su servicio bajo la pantalla de la democracia y la ley. Ello lo sabemos hartamente, incluso antes de que nacieran doctrinas que la fundamentan como su filosofía.
Tenemos así que la tendencia esquemática de los modernos modelos políticos en países como EEUU, España y México, para nombrar la familiaridad, se reduce a una dualidad derechista o de centro, dando espacio siempre, como un cargo de conciencia, a una izquierda empequeñecida, que sobrevive tenuemente como un partido menor (aunque no siempre menor), timbrado y controlado por sus cuatro polos, como si allí se contuviera la amenaza desestabilizante de los intereses creados, lo brotes temibles de la revolución, de los cambios, esto es, los hombres de ideas de los que hablamos.
El Partido Demócrata y el Republicano en EEUU, el Partido Popular (PP) y Socialista Obrero Español (PSOE) en España, y el Partido de Acción Nacional (PAN) y el Revolucionario Institucional en México, para citar países de la familiaridad, sin dejar por fuera a la Venezuela de la IV República, como es claro. En cada uno de ellos, la derecha y factores de la izquierda (llamado socialismo) se juntaron para jurar un pacto de centro, el cual defienden a capa y espada, a excepción gringa, donde la derecha y la derecha lo hicieron para jurar una alianza de derecha elevada al cuadrado. Partido Socialista, Partido de la Revolución Democrática (PRD), Movimiento al Socialismo (MAS), son algunos nombres, unos con más relieve que otros. En cada uno de esos países, también, subsiste la izquierda en su forma recia, como partido comunista, en la forma que dije, estigmatizado, temido, controlado y hasta utilizado por la hipocresía que quienes gobiernan para llamarse "amplios" políticamente, pues dan espacio en sus países a todas las tendencias, con todo lo que de amenaza al estatus impliquen.
De los partidos comunistas surgen invariablemente los socialistas como una propuesta de toma del poder intentando utilizar los métodos de la democracia, de tinte conceptual derechista, dada la imposibilidad de calar popularmente con las doctrinas de corte intelectual del comunismo filosófico. Semejante conato ha tenidos sus momentos de gloria en muchos países, pero también ha sido escenario para grandes situaciones de vergüenza política, como en Venezuela con Teodoro Petkoff y un tal Mujica, quienes al ser asimilados por el sistema se muestran más derechistas como el que más, es decir, se van a la ultra derecha con tal de mantener cuotas de poder que a fin de cuentas no son más que migajas en los bolsillos de otrora "dignidades revolucionarias".
Tales hombres, de derecha y de izquierda, del sistema o idealistas, son los que le dan vida a ese discernimiento que llamamos "política". Unos están ahí, como en un semillero, para cuando llegue el momento de cambiar con sus vidas e ideas a veces hasta el mundo. Otros, pertenecen a la cotidianidad de entender la política como un esquema consuetudinario. Unos presentan un discurso que comprometen con sus vidas, como hay tanto ejemplos; otros, presentan otro que comprometen con la institucionalidad y los intereses creados tras bastidores “democráticos”. Un Salvador Allende por allá, un candidato cualquiera del otro bando por acá.
Dentro de las filas de la derecha (y es una perogrullada decrilo) no tendrá jamás cobertura un individuo del que se dude asegure aportes a la costumbre, por más que se le trabajen matices de la diferenciación, como la raza, el color de la piel o el sexo, en fin, nada que implique cambio importante, lejos de hablar de revolución. No va más allá de un acto de maquillaje travieso para discursear entre las masas, suerte de encanto circense para el elector. Por ejemplo, el candidato Obama en la actual campaña de los EEUU, sobre el cual recaen ilusiones de que puede cambiar el curso del tratamiento de los apaleados estigmas como el ser negro o latino en EEUU, o ser inmigrante; o con la misma Hillary Clinton, a la que le manejan su novedosa condición de mujer candidata, para efecto y consecuencia de las identificadas con su sexo en ese país. Son ambos, blanco y negro, mujer y hombre, anglosajona una o de origen keniano otro, objetos políticos del mismo saco, a quienes los filtros han permitido su ascenso porque en sus convicciones nada hay que amenace o cambie el hábito.
Para los ciudadanos es una agradable competencia entre el negro y la blanca que viste el ánimo con la novedad que entretiene. Ningún hombre de ideas por ningún lado; hombres del sistema por doquier. Nunca dejará de sorprender que el "negrito", de resultar ganador, reprima aun más a los de su color y se ponga más severo con los inmigrantes y hasta le sume un piso al paredón de la vergüenza que se construye en la frontera con México; o que la blanca dama se olvide del cacareado voto femenino. Al ser candidato del sistema, se es objeto de presión del sistema mismo: cada uno de ellos, según la costumbre institucional, hará sus propias guerras y reprimirá a quien tenga que reprimir, porque no son ellos quienes gobiernan, sino las anónimas fuerzas del sistema capitalista e imperial. Es el formato. El hecho de ser negro o indio, marginados estigmas en el país, no asegura mayor cantidad de "humanismo" en el alma de un eventual candidato, como muchos mientan por ahí; sino que lo diga la misma Condolezza Rice en el poder, caballo de batalla de George Bush, hasta hace poco metiendo sus narices en Colombia, matando moscas blancas o negras según le convenga a “patria”.
Y al no haber hombre de ideas, tampoco los hay de palabra. Dado el esquema institucionalmente petrificado del uso político moderno, la política ha derivado en el arte de elaborar un discurso que coincida con el pensamiento de la mayoría, fundamento de la apostrofada y llamada democracia. Un arte de cabarets y prostíbulos, para ahorrar palabras. El político que hoy dijo "blanco", en su afán por mantener el favor del pueblo, mañana dirá "negro" sin grandes escrúpulos, cual meretriz realizando un baile sensual ante su cliente, el postor. Logran sus propósitos, y muchos de ellos, dadas las circunstancias históricas, hasta logran escalar el puesto máximo, sin trabajan sus inconsecuencias para que las olvide el pueblo.
Pero por lo general son pequeños políticos del sistema que no trascienden al cargo inmediato de mantener un sueldo a costa de los disparates de su lengua. Si bien es cierto que el sistema les da cobertura, dado su carácter espectacular, donde nadie quiere un hombre de esos "de ideas" que sea consecuente con su palabra -¡nada perturba más!-, también es cierto que un político que incurra en semejantes contradicción reduce de modo trágico sus posibilidades en el mercado de la política, pues tanto el sistema como el elector se resienten de lo inestable que genere desconfianza, y a un político en ese trance, de hablar gamelotes o cualquier pistolada, por lo general le dan un cargo menor de consolación. Políticos así rozan el estatus de payasos del circo político de su contexto y tiempo. Candidatos de la risa.
En Venezuela, para no ir tan lejos, tenemos dos joyitas de estas últimas que no nos hacen sentir precisamente orgullosos de nuestra fauna política, pero que seguramente, por el esfuerzo bufonesco, el pueblo estará dispuesto a compensarlo con algún "carguito" dentro del aparato de gobierno local o legislativo, según en el área regente la oposición, que de oposición hablamos, por cierto. Se tiene que ser agradecido con lo pintoresco y gracioso.
Se trata de Oscar Pérez y Hermmán Escarrá, dos figurones del discurso político avergonzante, ayer abstencionistas porque consideraban dudosa la institucionalidad electoral, hoy postulantes a candidatos por la alcaldía de Petare (Sucre) y gobernación de Anzoátegui, respectivamente, de repente convencidos de la credibilidad del juez.
Uno se dice: ¡Cómo apreciar qué para votar por quién! Ambos constituyen una burla para el electorado venezolano, uno de ellos llamando a la abstención durante los comicios que la misma oposición ganó y el otro, amén de abstencionista, llamando a su famosa "marcha sin retorno" durante los mismos comicios; ambos aspirando a gobernar. ¡Qué tal! A no dudar, ambos entrarán en el juego variopinto de las elecciones políticas, pero título de eso nomás, de juego, de espectáculo, como se dijo arriba, llenando el requisito de todo evento electoral: su carácter circense o carnavalesco. Un violento de tiras cómicas y desestabilizadoras en la calle y un gordito leguleyo inconstitucionalita aspirando a la constitucionalidad de unos cargos. ¿No es para reír un rato?
Puede permitirse la política en el contexto bufonesco de la democracia derechista no tener palabra, ni postura, hablar gamelotes, ir de aquí para allá, a la deriva, como un payaso, ¡que importa!; lo que importa es que una vez hecho el desaguisado, no puede aspirarse a gobernar seriamente a un pueblo contando con su propio voto –un harakiri de la risa-, menos cuando el contexto en que se desenvuelve no es precisamente el de la sempiterna derecha política que fabrica a sus candidatos.
Sin duda son especies retrógradas, políticos disecados en el tiempo, ejemplares que no consiguen laguna política para sus nados, modelados por el cincel de la inconsecuencia y la incomprensión del momento histórico que vive su país. Pero, como se dijo, el desagracimiento no es justo y está página le hace justicia a su pintorequismo y graciosura, porque nos ha permitido hablar del tema de la democracia, la derecha, la izquierda y, sobretodo, de los hombres sin posiciones ni palabras, y viceversa.
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