jueves, 23 de mayo de 2013

Ismael Garcia y la maldición de La Hojilla [Cuentos políticos]

Cuando Ismael García, diputado a la Asamblea Nacional por el estado Aragua, presentó la grabación contra el conductor del programa televisivo La Hojilla, Mario Silva, fue estruendoso.

Jamás imaginó que su estrella política pudiera refulgir tanto.

El país se trastornó.  Los medios de comunicación social enloquecieron y no hicieron más que hablar de él, de su patriótica persona, siempre preocupado por la integridad moral de los suyos.

Miraba su nombre por doquier, entre luces de prensa y titulares de la fama.

─¡Ése es Ismael García! ─oía corear por los rincones.

Y hasta temió que sacasen a las calles pancartas con su imagen y nombre retribuyéndole así sus servicios al país, como le decían su abuelos que se hacía antes.

Porque no era para tanto, según se confesó muy secretamente.  Apenas había hecho lo que tuvo que hacer, como declaró a los medios, algo así como cumplir con su deber.  Nada extraordinario, realmente.  Nomás la actitud de cualquiera en la calle que acude a levantar al prójimo que tropieza; aunque, para el caso, se trate de hundir o castigar a la víctima de su trabajo político.  ¡Es el escarmiento de la patria, pues, que ha de castigar las osadas opiniones de un comunicador social sobre el sistema de valores político en el país, sistema tan corrupto y merecedor de castigos como el comunicador mismo!

Eso había sido todo.

Si la gente supiera de su amplitud de pecho y de su capacidad de amor patrio, si duda ya sería presidente del país, tal y como se lo había propuesto desde que salió como imberbe sindicalista de su natal Falcón.  Y es que por su país era capaz de mucho más; y por él mismo, siendo honestos, que se lo merecía: sus esfuerzos, su ardua carrera, sus largos estudios en Cuba como sindicalista, su fundación de partidos políticos varios, sus méritos como diputado regional, como alcalde por su amado Aragua o como lo que es al presente, diputado a la Asamblea Nacional y Secretario General de Avanzada Progresista, su última plataforma política.

─¡Que viva Ismael García, carajo!

“¡Ah, presidente! ─exclamaba mentalmente─.  Eso vendrá a su tiempo y poco a poco.  Pero ya se sabe como es la gente, estúpida cuando está en masas:  hacen de un grano una montaña, tal como ahora mismo.  ¡Ah, si supieran que es nada comparado con mis reales posibilidades.  Si fue apenas una simple grabación...”

Cuando su compañera entra de improviso a la habitación, corta brutalmente sus ensoñaciones y se ve obligado a dejar el balcón y volver a su cama. 

─¡Ya, Maelito, amor mío!  ¿Qué haces en el balcón de nuevo, con ese frío?  ¡Déjalo ya y estate quieto en la cama! ¡Ya tendrás tiempo para trabajar por tu causa!... Empeorarás la tos, querido.  Tómate esta infusión para ver si mejoras un poco.  ¡Vaina extraña esa, si ayer estabas bien, cariño, ¡súper!, con tu alboroto, rueda de prensa, grabaciones y demás!  Siéntate y bebe un poco.

El diputado Ismael García se acomoda en el borde de la cama, coloca sus lentes culos-de-botella sobre la mesita contigua, pasa la palma de sus manos varias veces por su calva sudorosa y, finalmente, apretando su pecho, tose convulsivamente.

─¿Sabes qué dice la comadre Pilar sobre lo que te pasa?...  Me hizo reír con sus cosas, la vieja, pero ella dice que es la maldición de Mario Silva...

─¿Qué es eso, mujer?... ¿Con qué se come eso?  Reconoce que es un gran trabajo y ya...

─Dizque la tos que tú le quitaste al gordo en la grabación ahora se te pasó a tí...  Que lo presentaste limpio, hasta sano, sin su peculiar tos y respiración fañosas, esas mismas que no deja ni por un minuto cuando habla por televisión...

El diputado Ismael García palidece repentinamente, sudando fino.  Toma varios sorbos del guarapo y le pide a su amorosa enfermera que lo deje nuevamente un rato para recuperase.  Luego se deja caer con suavidad de enfermo entre los almohadones de la cama y se dedica a contemplar el azul del balcón allá afuera.

─¡Que viva!

Piensa que el camino a la presidencia de un país cualquiera podría estar sembrado de inesperadas contrariedades y la frase “Nada es perfecto” se le vuelve una pasta pegajosa en su garganta.

 

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