viernes, 31 de mayo de 2013

¿Por qué se vende Globovisión y por qué sale La Hojilla?

La concesión a Globovisión está por vencerse.  Usted averigüe la fecha, métase en la WEB y confúndase un poco.

Un montón aseguraba que se vencía en abril de 2013 y otro, en 2015.

Lo cierto del cuento es que es una inminencia el tal vencimiento, para algunos ya acaecido según desinformación detectada.

Pero lo realmente cierto es que, no obstante tan próxima caducidad, el canal fue vendido con todos los visos de un buen negocio, como se vende cualquier artículo por ahí, con legalidad, legitimidad (aunque ya cuestionan unas voces), recibo, ganancia, comprador y vendedor conocidos.

Ponga ahora a funcionar el seso:  ¿quién carrizos estaría interesado en comprar una planta de televisión problemática cuya acta de defunción de plano luce tan inmediata?

Vamos a entendernos.  No es secreto para nadie que medio país espera con ansias la tal fecha de vencimiento para disfrutar, justicieramente, del fin de transmisiones del canal.  Tu y yo sabemos, chavistas, que la vaina es un clamor nacional.  Ese canal de noticias, para muchos una emanación patológica en el país, es una soberano mojón de groserías e impunidad contra el cual nadie ha podido gran cosa (apenas una multita por ahí), aparentemente amparado bajo los derechos de libre expresión, pero con seguridad escudado bajo los poderes imperecederos del dinero y la trata de influencias. Eso tú y yo lo sabemos.

El gobierno revolucionario de Hugo Chávez, que no creía ni en dineros ni en macollas, como cerró RCTV, esperaba el fin de su  concesión para entrarle, para hacer las cosas con toda la legalidad y legitimidad posibles en virtud de ser el Estado el administrador del espectro radioeléctrico del país.

En consecuencia, estemos claros:  quien compra una mercancía podrida y caduca no puede ser más que quien posea el antídoto contra la pudredumbre y la caducidad.  Elemental…, si hablamos de moscas y gusanos. Gente poderosa, con segura incidencia en la toma de decisiones del gobierno (para no decir gobierno), único con potestad para prorrogar finalmente la concesión y la vida del canal.

Ningún loco comprará un pedazo de carne en putrefacción para verla desaparecer en breve plazo devorada por tales insectos.  A menos que...  Ya sabes, a menos que de la carne posea su respectiva varita mágica o poción de la eterna juventud, esa que tanto buscó Ponce de León en la Florida durante el siglo XVI. Y, lógicamente, ya no estaríamos hablando de orate alguno.

─La ley es la ley.  Ese canal podría seguir sólo si cambia de dueño y de línea editorial ─habría relampagueado una voz innominada.

Y así habrá tenido que ser su planteada continuidad, por fuerza, porque con Guillermo Zuluoga como enemigo jurado de la revolución y de las bases éticas del chavismo (el famoso especulador empleador) no había manera imaginable de llegar a una feliz renovación, por más que cambiase la línea editorial del canal.  Y esto hay que entenderlo bajo la óptica de los puntos de honor en el combate político (aunque de putrefacción se trate), del mismo modo que la reapertura de RCTV lo es para un gran sector de la oposición en caso de empoderarse.

¿Qué ocurre entonces?

Don Zuluoga, el señor delincuente de la especulación vehicular, claro y raspa’o en el cuento político de la supervivencia, decide “vender” su planta improductiva, plagada de multas, citas en tribunales, con déficit en sus arcas y señalada en el tiempo para ser liquidada de continuar él, ofensivamente, siendo su dueño.

─Está bien ─musita con su voz quejumbrosa─.   Lo vendo.

Y vende al tío de su mujer, el banquero Juan Domingo Cordero, una joya cuartorrepublicana señalada en la quiebra del Banco Barinas en 1994, hecho que lo puso en situación de huir del país, hasta que en 1999 regresa, en los albores de la revolución bolivariana.

¡Hummm!

Más allá del chisme de insinuar que, arteramente, el negocio se queda entre familia por medio de rutinarios ardides empresariales de cambio de nombre y papeleos… ¿Ya usted también mordió el cebo, verdad?

En efecto, sí, se trata tanto del chisme de familia como de un enorme esfuerzo político-comercial para, coyunturalmente, mientras llega la fecha fatídica del fin de la concesión, cambiar las apariencias, bajar los fuegos pasionales y salvar la temblorosa pantalla.

─Bueno, ustedes compren el susodicho canal, cambien la línea editorial y después hablamos de concesión ─habría  tronado la voz innominada.

Por favor, no nos caigamos a cuentos.  El mismo lobo con cuero de oveja, mientras bala, sigue preservando su original espíritu cánido.  Tal es el dueño, que pone y quita líneas editoriales (y también nombres) según supervivencia, y no tiene que sorprender a nadie que vuelva sobre sus pasos depredantes una vez logrado el objetivo.  Caperucita tiene que dejar de ser una pendeja en la vida y salirse de una vez por todas de esos montes.  Prorrogada la concesión, la línea lobuna retornaría sobre su pelaje.

¿Y el “comprador” qué?  ¡Vamos, pues, muévase e indague!  Busque por ahí y descubra líneas más allá del Banco Barinas.  Si usted lee meticulosamente, digamos entre verrugas, descubrirá que es un guabinoso hombre de banca:  en los noventa del siglo pasado empezó como presidente de la Bolsa de Valores de Venezuela, luego quebró el ya mencionado Banco de Barinas (1994) y fue absuelto un año después del inicio del actual período político (1999); después fue directivo del Grupo Santander (2009), proclive a la venta del Banco de Venezuela al Estado venezolano;  y ahora da paso como comprador de un canal de televisión en pico de zamuro.  ¿No queda a la sospecha que el hombre se mueve raro, errático, como dando pasos a la medida de acomodos o quiebras? Un mandadero de cuello almidonado, híbrido entre política y banca. Y por esta vía se nos viene la conexión gubernamental?  ¡Ah con el hilo! ¡El hilo secreto con la fuente de la eterna juventud concesionaria, mi don, ese mismo contra mosquitos, gusanos y mortecina!

─¿Y que nos dan a cambio después de este esfuerzo contra nuestras propias esencias? ─se habría oído de nuevo la voz quejumbrosa, esforzándose para que en el timbre no se le escapase algún aullido─.  Después de todo, vamos hacia un clima de equilibrio, entendimiento y paz, ¿no?  Damos y recibimos.

─¡Comprado! ─habría caído el rayo por alguna parte, más que apresurado.

Cuentan que un lector de estas líneas, control remoto en mano buscando en vano los espacios La Hojilla (de VTV), Radar de los Barrios y Buenas Noches (de Globovisión), no se pudo explicar cómo es que unas presuntas opiniones personales de un conductor de programa pudieron haber afectado tanto la parrilla informativa y de opinión de la televisión venezolana.   Dizque exclamó:

─¡Carajo, cómo no hacen un referendo sobre el tema éste del canal demoníaco, vinculante como sabemos, a ver si tanto atuendo de oveja piche sirve para algo a los negociantes!

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