─Buenas tardes, amada Venezuela ─empezó,          levantando          la voz con su hilillo entrecortado y estridente─.  ¡Aquí estamos presentes, en          la gran toma de          Caracas, como se los prometimos y cumpliiiiimooos!...
El sol castigaba el panorama con la leve          verticalidad de las dos de la tarde.           Habían metido su gente, se decía, pero se percibía en el          ánimo de los          congregados una abatida desazón, tal vez molestias por el calor.
─No celebres mucho ─le recomendó bajo a sus          espaldas          la odiosa y malcriada voz del presidente de la Asamblea          Nacional─ porque los          chavistas metieron su gente en la avenida Bolívar.
─¡Y vamos directo hacia la victoria popular a          decirle "No" a este régimen oprobioso y "Sí" al referendo          revocatorio          ─continuó, no haciendo caso de aquel dinosaurio de la política          venezolana,          sabiéndose joven y estelar, presente y futuro por la patria─.  Se lo dijimos, y aquí          estamos, como un clavel,          haciendo patria.
No miraba a nadie en concreto, sino que su vista          elucubraba el firmamento donde el cielo se fusionaba con aquel          embravecido mar          humano.  Sudaba, gordo y          torpe se sentía para          expresarse como la oportunidad histórica se lo pedía, y a          intervalos lo          incomodaban los recuerdos de sus tiempos de estudiantes cuando          huesudo y ágil          pateaba las calles.  Algunas          manos a sus          pies se agitaban frenéticas y lo señalaban, pero él estaba          emocionado,          preocupado por sus palabras a pronunciar.           Pensó de nuevo en el viejo dinosaurio, y lo maldijo          reprochándole sus          malos agüeros en época de triunfos.
─¡En breve, cumplido los trámites de esta jornada          epopéyica, tomaremos a Venezuelaaaaaaa! ─soltó, desenfrenando su          alma a chorretones          sobre las mesnadas, no pudiéndose sacar la imagen del viejo          aguafiestas de su          cabeza.  Poco antes,          junto a otros          cuervos, lo había oído razonar que los chavistas armaron en una          semana una          concentración igual a la fraguada por ellos durante un mes, y          que los esperaban          en la avenida Bolívar para batuquearlos; otro cuervo había          graznado diciendo          que capturaron cerca de Miraflores a los francotiradores con          mirilla          telescópica preparados y a otros paramilitares.
─¡Uuuuu! ─le pareció oír y, haciendo gala de un          humor          sano y evasivo entre sus pensamientos, buscó la cisterna ruidosa          de los          bomberos para localizar el ruido.
─¡Y venceremos a pesar de las objeciones!          ─prosiguió,          obviando los manoteos destemplados de algunos de sus partidarios          a los pies de          la tarima─.  ¡Así nos          desentierren y          entierren a cuarenta mil paramilitares con mira telescópica para          abortarnos el          futuro!
─¡Uuuuu! ─volvió a oír el murmullo, esta vez          debajo          de su vista, plano y pleno, compactado sobre aquellas cabezas, y          tuvo que atender          a un fanático de los suyos que logró asirlo por una trenza de          sus zapatos marca          Nike original─ ¿Qué          pasa, compatriota?          ─le ripostó en voz baja, manteniendo una luminosa sonrisa hacia          el          frente─.  ¡Estamos en la          marcha, haciendo          historia, celebrando!  ¡Disciplina,          por          favor!
─Freddy, tú nos prometiste ir a Miraflores ─dijo          la          mano─.  ¿Qué pasó? ¿Qué          estamos haciendo          aquí, como unos muñequitos de torta de televisión?
─Sí, es verdad ─intervino otra mano, gritando─.  Hoy es un día grande, y          estamos preparados          para las cosas grandes que nos dijiste.           ¿Qué pasó?  Vengo          de lejos, de la          gloriosa tierra del Táchira, frontera con Colombia.
─¿Sí, qué paso? ─se extendió la pregunta en coro,          revoloteada nerviosamente por decenas de manos hacia el cielo.
Mantuvo la sonrisa al frente, hacia la avenida          Francisco Fajardo, allá en Las Mercedes, donde su vista          terminaba, y con          ventriloquia respondió hacia abajo como pudo a sus allegados,          manteniendo la          compostura.
─Tenemos un plan y debemos respetarlo ─les dijo          bajito─:  hoy tomamos          Caracas, mañana          iremos a los CNE del país y después tomaremos Venezuela por          completo.  El mundo es          nuestro.
─Pero hoy es el día, Freddy, estaba planeado…  ¡Miraflores, hermano,          Miraflores!
─Los chavistas están en el centro, compañero…  Además, capturaron a unos          paramilitares.
─¡Y qué, y qué!? ─exclamó obstinadamente una          voz─.  ¡Plan B,          compañero, plan B!
Los dientes se le habían enfriado; sentía los          ojos          clavados del viejo dinosaurio en sus espaldas.           Se arrechó, y así se lo hizo saber a sus conchupados,          echándoles la          culpa.
─No tenemos suficiente gente para ir hasta la          Miraflores.  Cancelado.  Seguimos la lucha y ya se          abrirá la puerta          cuando ustedes sean más y más resteados por los objetivos.
Un rumor escandaloso se diseminó sobre aquellas          cabezas, ojos y bocas desencantados, torcidos en rictus de          impotencia.  Corearon con          encono imparable:
─¡Que se baje!           ¡Que se baje!  ¡Fuera!  ¡Que se baje!           ¡Gallina!  ¡Que se          baje!  ¡Gordo 'e mierda!  ¡Que se baje!           ¡Que se baje!  ¡Que          se baje!  ¡Que se baje!
El líder histórico intento seguir hablando hacia          el          frente largo, dando por hecho que el incidente se había          localizado a sus pies, mascullando          "el tirano de Miraflores", "el régimen", "la patria",          "enchufados", "rojos del          infierno", "¡Venezuela libreeeee!", etc., hasta que el ruido se          hizo maremágnum          y el dinosaurio vino hasta el podio a rescatarlo, quitarle el          micrófono, recoger          sus restos políticos y empujarlo hasta el suelo, como si se          dijera "el pasado          en auxilio del presente, hacia donde nunca se movilizó".
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