Donald Trump se juramenta el lunes 20. El evento, como una fiesta para niños, genera incontrolables pasiones en presidentes, expresidentes, candidatos y presuntos abanderados latinoamericanos. Se los puede imaginar pisándose el pie entre sí, como si la presencia de uno afectara la cantidad de golosinas y tortas que recibirían. Semejante comezón ocurre en el corazón de los arrodillados de siempre y de los de nueva data. Piénsese nomás en un Javier Milei compitiendo en morisquetas con un Nayib Bukele ante el rey festejado.
Luiz Inácio Lula da Silva es otro, pero de esos de nueva data. El hombrecito vive una tragedia personal. Trump no lo invitó como presidente de ese gran país que es; pero sí invitó al golpista de Jair Bolsonaro, el mismo que planeó asesinarlo recientemente. Bolsonaro es un ultraderechista, como Trump, y puédese comprender la invitación entre personalidades afines; Lula, en cambio, todavía no es un ultraderechista cabal, pero tiene un historial de izquierdista que, según su contrariedad actual, parece lamentar.
El brasileño jugó duro contra Venezuela el año pasado, como si fuera un Milei argentino ganando puntos circenses ante los estadounidenses. Desconoció a Nicolás Maduro como candidato ganador de las elecciones y luego vetó el ingreso de Venezuela a los BRICS, acciones que por su calibre de impacto mundial han debido granjearle el afecto no sólo de Joe Biden, sino del futuro Trump como presidente de los EE. UU., amén de cualquier otro ultraderechismo político en el mundo que pueda repartir cotillones y pasteles.
Pero no, no pasó. Trump lo ignoró olímpicamente. El hombrecito guabinoso de la política latinoamericana parece ahora recoger el fruto de sus erróneas movidas de palancas en el juego del poder mundial. Se peló con Maduro y Venezuela porque Venezuela y Maduro siguen allí; luego se estrelló cuando apoyó a Kamala Harris en vez del ganador actual. De manera que le pasan factura como político en decadencia, metedor de patas y en extremo injerencista en los asuntos de otros estados. Un venezolano exclamaría «¡Eso les pasa a los metiches!»
Porque ocurre que Lula es un hombre ridículamente envidioso, que sufre como niño con la grandeza de Venezuela y la amenaza (para su ego político) de que el país bolivariano le quite protagonismo a Brasil como líder continental, como si alguien fuese culpable de que las formaciones geológicas hubiesen premiado a Venezuela como el país más preñado de riquezas del mundo y la Providencia lo haya dotado con los hombres y mujeres más importantes, generosos e inteligentes de Latinoamérica. Por ahí se supo, con mucha pena ajena, que movió tropas hacia la frontera cuando Venezuela reavivó la disputa del Esequibo con Guyana. ¡Todo un figurín el hombrecito!
Ahora debe manejar las consecuencias de sus actos. Agacharse un poquito más para que Trump le sonría y no le resulte una pesadilla en las futuras relaciones de Estado, y pensar con calma que la paciencia de los venezolanos tiene sus límites. Y tragar que, si es verdad que Bolsonaro no podrá ir a los EE. UU. porque está bajo juicio, por Brasil asistirá a la juramentación su hijo, Eduardo Bolsonaro, diputado. ¡Qué humillación y qué piedra! A Bolsonaro, como es lógico, se le negó la salida a los EE. UU. y se le privó de la documentación para los efectos.
Finalmente, otro niño que brinca por ahí y no cabe en sí mismo, es el viejito octogenario de Venezuela, Edmundo González, quien podrá ver la juramentación gringa por un huequito; y, con la eventualidad, es seguro que se presentará ante el mundo como el ya legitimado presidente de la patria de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. El viejito viene de rodar duro entre países enemigos de Venezuela, tentando a la suerte, buscando ver qué se quebraba por ahí como golpe de suerte que lo devolviera a Caracas como presidente. El atribulado de Lula ha de ver este mundo como una rueda irónica de la vida: de la celebración de que un golpista como Bolsonaro no pueda asistir a la toma, debe digerir ahora que otro bicho de la misma calaña pueda hacerlo, tanto peor si de Venezuela es oriundo, país respecto del cual tiene cansado el brazo de tanto tirarle piedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario