La ultraderecha venezolana vive un serio momento de inexistencia. Patalea y el agua no se mueve; convoca y nadie va; pide golpe y los militares le muestran el dedo medio de la mano, busca juramentarse y no hay a quien coronar. La razón es simple, Donald Trump; ¡en mala hora su asunción como presidente de los EE. UU. se fijó para el 20 de enero, diez días después que la del "malandro" Nicolás Maduro!
También Joe Biden resultó ser una maldición. Quiso la mala estrella que Maduro se juramentara justo cuando el viejito finaliza su mandato allá en los EE. UU., y, peor incluso, quiso la esquiva suerte que el anciano se pusiera chocho en las postrimerías de su achacoso gobierno. Optó en sus últimos días por dedicarse a conmutar penas de asesinos condenados a muerte, así como la de su propio hijo, además de felicitar a un montón de civiles intrascendentes, en vez de meterle una invasión a Venezuela y acabar con él "régimen".
Lo cierto es que esta oposición se mueve como un inocuo fantasma y, como cuchillo amellado, no corta cuando cree que arrasa. Tuvo todo a la mano (dinero, apoyo internacional, mercenarios) y, sin embargo, el "tirano" se juramentó. ¡Joder! Se movió Edmundo González por la columna vertebral de Suramérica, llego a los EE. UU. y Centroamérica (donde todavía pernota), recibiendo camiones de promesas, pero sin ninguna concreción inmediata sobre la realidad venezolana, que es lo que interesa.
Sin duda no hay vista a su cuerpo y propuesta, y los días pasan incrementando esa horrible sensación de vivir una eternidad de anhelo, como le ocurre a esas tristes almas en el primer círculo del infierno dantesco. Ni siquiera funcionó esa genial idea de juramentar a Edmundo en Panamá, como se quiso, donde se convocaría a los presidentes y expresidentes afectos, y se realizaría una sesión de la espuria Asamblea Nacional de 2015 para los efectos, presidida vía INTERNET por la sinvergüenza de Dinorah Figuera desde España. Pero ni el viejo chocho dijo que sí ni tampoco el mismo Trump, según revela el ministro de Interiores, Justicia y Paz, Diosdado Cabello. Para eso había viajado Edmundo a los EE. UU.
Todo ocurre por depender la ultraderecha de los EE. UU., hasta para dar un paso en el más nimio detalle. Los jefes deben aprobar, por más que María Corina se llame la "dama de hierro" y mande, y Edmundo González mueva las mandíbulas como el maniquí más eficiente de todos los tiempos. Los gringos son los dueños del circo y, en mal momento, enero se convirtió en un mes muerto, sin cabeza directriz en la Casa Blanca, y así seguirá hasta el día veinte cuando asuma Trump. De manera que lo que acometa la ultraderecha en Venezuela y el resto del continente durante esos días muertos no tendrá ningún respaldo y será, en efecto, como el lanzamiento de una piedra en un abismo.
Afortunadamente la fantasmagoría podría durar hasta el día de la asunción del presidente estadounidense, pero, por supuesto, hay unos riesgos por ahí a tomar en cuenta. Lo primero es que Trump podría no atender de inmediato a esa derecha obsesiva, teniendo tanto problema que afrontar en el Medio Oriente y con la guerra ruso-ucraniana; así que la soledad del limbo opositor venezolano podría prolongarse un rato indeterminado. Lo segundo es que Trump es, más que una caja de sorpresas, una criatura con mentalidad de empresario, y los magnates tejanos le han estado calentando el oído para que haga la paz con Maduro en nombre de un mar de petróleo y dólares nunca visto. Lo tercero (¡ay, lo tercero!): recuérdese que el senador Bernie Moreno ya adelantó que Trump negociará con quien detente el poder en Venezuela (Maduro, pues). Cuarto y último: Trump parece haber castrado de antemano la esperanza de la ultraderecha en contra de Maduro al destinar al fascista Marco Rubio a la secretaría de Estado, desde donde no podría drenar su odio contra Venezuela con la plenitud deseada.
Se tiene luego que, llegado el veinte y en virtud de la locuacidad de Trump, la oposición pueda ser removida del limbo en la que fantasmea actualmente y, peor aun, empujada más hacia el centro de los anillos del infierno dantesco.
En cualquier caso, se trueque la demencia de un presidente chocho por la de otro más imprevisible en los EE. UU., a Edmundo González le tocará vivir en carne viva algo más concreto que el limbo, si es que eso es posible: el papel de alma en pena le encajaría al pelo, dando tumbos con su gira por los países traidores de Latinoamérica mientras le llega la juramentación. Si el derecho internacional se respeta, tendrá problemas para reingresar a España por haber estropeado su condición de exiliado con su locura de ser presidente de un país que ya tiene el suyo.
Capítulo triste para un hombre octogenario, desterrado y ridiculizado por obra y gracia de otra locura mayor llamada María Corina Machado, quien lo ensartó en el zaperoco de andar brincando charcos allende los mares, en vez de estarse quieto en su país, criando los nietos y guacamayas de su apartamento en Caracas, posiblemente degustando sus empanadas de cazón y arepas de reina pepiada. De quedar indefinidamente girando en el continente americano sin lucir corona alguna en su cabeza, no tardará el humor vernáculo en bautizarlo como sayón, cófrade seguidor de la sayona mayor, como denominan a la Machado en Venezuela.
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