Poco antes de esa suerte de definitiva transformación en ciudadano norteamericano, el presidente Álvaro Uribe ya descubría sus reservas contra el mandatario venezolano, Hugo Chávez. Le molestaba al gringo –diríase- esa tenacidad en confrontarlo que esgrimían ciertos países del área, todos con la fastidiosa prédica de lograr la independencia económica, en todos los aspectos, desde la semántica y las formas, desde connotaciones de una palabra pronunciada en la Comunidad Andina de Naciones (CAN) hasta un color en una bandera cualquiera. Sobretodo, ese tonito redentor del cabecilla, Hugo Chávez, metiéndose ahora con Colombia al querer pacificarla. Había llegado la hora de actuar.
Y en unas declaraciones sobre el ir y venir del tema de la guerrilla y el Chávez mediador, dijo Uribe que la primera convertía en idiotas útiles a quienes se metían en la camisa de once varas de tenderle la mano, aludiendo a Hugo Chávez -habrá que decirlo así- con tosca delicadeza. Al menos en el momento el colombiano así lo habrá creído, que obraba con alguna sutileza diplomática al mismo tiempo que atacaba con “contundencia”.
Nada más lejos de la realidad, realidad, por cierto, acostumbrada a la satanización mediática de Hugo Chávez como el burdo de todos los cuentos. El acto de llamar "idiota" a un homólogo en un segundo plano de la inteligencia parlante no constituye ninguna obra de la habilidad diplomática ni ninguna proeza intelectual de la cual se tenga el emisor que enorgullecer, menos si es su vecino el aludido, hermano político, en contraposición a lo alejado y extraño del continente suramericano. El acto en sí es una declaración, más precisamente, de la estupidez propia, porque quien sustantiva o adjetiva, aquí Uribe, no cae en cuenta de la triste situación desde la cual abre la boca. Por supuesto, hay que reconocer que fue un poquitín más habilidoso que el rey Juan Carlos de Borbón con el episodio del "cállate” desde el punto de vista de los amigos que pierden.
Cuando Uribe realiza su proeza no se había llegado a la conocida situación de quiebre de la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, Chile, pero es claro que ya recibía la orden de romper su "amistad" con Chávez, algo completamente lógico con el embajador estadounidense moviéndose como una guabina por aquí y por allá, y con la visita de José María Aznar a Colombia, amén de algunos venezolanos que para allá viajaron, como si todos, al unísono, tuvieran la genial idea de sugerirle al presidente colombiano que ya estaba bueno, que era hora de darle duro a Chávez y que empezara de una.
Así, pues, le soltaron el collar al presidente colombiano y lo mandaron a ladrar, libremente, para que disfrutara la libertad de creerse dueño de sí mismo, aunque sea por un momentito. “¡Ladra, ladra –como si le tranquilizaran-, que nosotros nos vamos, pero nos encargaremos del resto!” El embajador a su guarimba diplomática, el español a su guarida fascista y los golpistas a Venezuela. No habrá resultado difícil al presidente colombiano tragarse sus anteriores palabras de afecto para con Hugo Chávez, de quien dijo una vez "es mi amigo" y que lo había defendido en distintos foros, hasta en la Casa Blanca, cuando lo conminaban a atacarlo. ¡Buena esa, don ladrido!
Había razones para hacerlo. El asunto del canje humanitario, internacionalizado por Chávez y Piedad Córdoba, tomaba visos de triunfo, y ello resultaría intolerable para la dirigencia de Colombia, en nada ansiosa por una situación de paz. Sería, de triunfar el intercambio de rehenes, un terrible antecedente de paz y entendimiento en el país, lo cual jamás convendría al cómodo estatus de quienes mandan en Colombia, civiles y militares protegidos en reducidos espacios urbanos por sus soldados. Consiguientemente Chávez quedaría habilitado como voz autorizada para hablar de Colombia y la guerrilla de algún modo sería reivindicada del foso terrorista hacia donde se esfuerzan por enterrarla específicos intereses.
Y todo el desbarajuste en el marco del plan golpista planteado por la oposición venezolana en ocasión de la Reforma Constitucional. Cuentas claras, pues. De modo que también Colombia venía al cuento a colocar su terrón de arena en el afán desestabilizador que actualmente se le dedica a Venezuela, esfuerzo exterior en este caso. Quienes mueven la cuerda titiritera sobre la dirigencia colombiana, andan en la certeza que dieron un golpe maestro: por un lado inhabilitando a Hugo Chávez en materia colombiana y por el otro colaborando para reblandecerlo moralmente ante sus adeptos, ante quienes desean presentar como un hombre que nadie quiere, ni en estampa ni en idea. Ya por otro lado, aquí en Venezuela, en ese mismo sentido se habían detonado los cartuchos de Raúl Isaías Baduel, su compadre, y Marisabel Rodríguez, la ex esposa del presidente, con pronunciamientos políticos que lo adversan en la hora refrendaria. Quienes vaticinaron el ataque del imperio a través de locales cipayos (dos países), y no de modo directo, como lo hizo recientemente el periodista francés Thierry Meyssan, dieron en el clavo.
De modo que las cuentas están claras, Sr. Uribe, de algún modo también "ex", ex amigo según matriz de opinión que usted mismo está cooperando a crear en momento tan coyuntural para Venezuela. Si Hugo Chávez es un "tonto útil" de la guerrilla por intentar concretar un canje de rehenes, en su criterio, díganos a nosotros, los latinoamericanos en general, qué es usted con respecto al Departamento de Estado norteamericano, su país y los generales que lo dominan, y lo hacen parecer un preso de sus propias conciencia, deseando por un lado y no pudiendo por el otro. Porque para no cometer una injusticia con usted, imaginándolo perdido del todo, estamos por creer que sus afectos hacia la figura del mandatario venezolano en algún momento fueron sinceros, aunque, por razones más poderosas que usted, imposible de sostener en el tiempo, dado el temperamento de sus amos.
Pero, créalo, así es peor la cosa, presidente Uribe. Su condición de jefe de Estado “obligado” lo coloca en una situación en la que a los demás no le queda otra opción que imaginar la marca de los collares en el cuello y de los grilletes en los tobillos y muñecas de las manos, de tanto que lo han ajetreado para que salve "los intereses" y coopere con la causa universal de quienes lo tironean desde arriba. Hacer de "idiota útil" pero de ese mismo modo contribuir a liberar a personas que sufren, tiene más mérito que hacer de idiota a secas, como usted, que es conducido por los caminos de los guiones escrito por otros, sin beneficiar a nadie y, por el contrario, perpetuando barbaries.
Cuando a usted le dicen clara y tajantemente "Ataca, Uribe" no queda espacio para escudarse detrás de la figura de jefe de Estado que se debe a ciertos lineamientos, porque es difícil concebir que un jefe de Estado tenga como propósito ir contra los suyos mismos, dando evidencia de un terrible mal que descompone al mantuanismo colombiano, que es no importarle nada ni nadie a la hora de afianzar el país para ellos exclusivamente, utilizando cualquier medio, viviendo la eterna guerra de sus propios intereses. No tengo ninguna duda de cuál lado ocuparía usted en la circunstancia, negada, de una guerra entre factores externos y "nuestra América", como decía José Martí, por si acaso no lo conoce. Ya en el pasado dio síntomas cuando los suyos se cuadraron con los ingleses en la Guerra de la Malvinas, en contra de la Argentina.
¿Qué debemos pensar, pues, señor Uribe, respecto de la idiotez, sugerida por usted mismo?
Y en unas declaraciones sobre el ir y venir del tema de la guerrilla y el Chávez mediador, dijo Uribe que la primera convertía en idiotas útiles a quienes se metían en la camisa de once varas de tenderle la mano, aludiendo a Hugo Chávez -habrá que decirlo así- con tosca delicadeza. Al menos en el momento el colombiano así lo habrá creído, que obraba con alguna sutileza diplomática al mismo tiempo que atacaba con “contundencia”.
Nada más lejos de la realidad, realidad, por cierto, acostumbrada a la satanización mediática de Hugo Chávez como el burdo de todos los cuentos. El acto de llamar "idiota" a un homólogo en un segundo plano de la inteligencia parlante no constituye ninguna obra de la habilidad diplomática ni ninguna proeza intelectual de la cual se tenga el emisor que enorgullecer, menos si es su vecino el aludido, hermano político, en contraposición a lo alejado y extraño del continente suramericano. El acto en sí es una declaración, más precisamente, de la estupidez propia, porque quien sustantiva o adjetiva, aquí Uribe, no cae en cuenta de la triste situación desde la cual abre la boca. Por supuesto, hay que reconocer que fue un poquitín más habilidoso que el rey Juan Carlos de Borbón con el episodio del "cállate” desde el punto de vista de los amigos que pierden.
Cuando Uribe realiza su proeza no se había llegado a la conocida situación de quiebre de la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, Chile, pero es claro que ya recibía la orden de romper su "amistad" con Chávez, algo completamente lógico con el embajador estadounidense moviéndose como una guabina por aquí y por allá, y con la visita de José María Aznar a Colombia, amén de algunos venezolanos que para allá viajaron, como si todos, al unísono, tuvieran la genial idea de sugerirle al presidente colombiano que ya estaba bueno, que era hora de darle duro a Chávez y que empezara de una.
Así, pues, le soltaron el collar al presidente colombiano y lo mandaron a ladrar, libremente, para que disfrutara la libertad de creerse dueño de sí mismo, aunque sea por un momentito. “¡Ladra, ladra –como si le tranquilizaran-, que nosotros nos vamos, pero nos encargaremos del resto!” El embajador a su guarimba diplomática, el español a su guarida fascista y los golpistas a Venezuela. No habrá resultado difícil al presidente colombiano tragarse sus anteriores palabras de afecto para con Hugo Chávez, de quien dijo una vez "es mi amigo" y que lo había defendido en distintos foros, hasta en la Casa Blanca, cuando lo conminaban a atacarlo. ¡Buena esa, don ladrido!
Había razones para hacerlo. El asunto del canje humanitario, internacionalizado por Chávez y Piedad Córdoba, tomaba visos de triunfo, y ello resultaría intolerable para la dirigencia de Colombia, en nada ansiosa por una situación de paz. Sería, de triunfar el intercambio de rehenes, un terrible antecedente de paz y entendimiento en el país, lo cual jamás convendría al cómodo estatus de quienes mandan en Colombia, civiles y militares protegidos en reducidos espacios urbanos por sus soldados. Consiguientemente Chávez quedaría habilitado como voz autorizada para hablar de Colombia y la guerrilla de algún modo sería reivindicada del foso terrorista hacia donde se esfuerzan por enterrarla específicos intereses.
Y todo el desbarajuste en el marco del plan golpista planteado por la oposición venezolana en ocasión de la Reforma Constitucional. Cuentas claras, pues. De modo que también Colombia venía al cuento a colocar su terrón de arena en el afán desestabilizador que actualmente se le dedica a Venezuela, esfuerzo exterior en este caso. Quienes mueven la cuerda titiritera sobre la dirigencia colombiana, andan en la certeza que dieron un golpe maestro: por un lado inhabilitando a Hugo Chávez en materia colombiana y por el otro colaborando para reblandecerlo moralmente ante sus adeptos, ante quienes desean presentar como un hombre que nadie quiere, ni en estampa ni en idea. Ya por otro lado, aquí en Venezuela, en ese mismo sentido se habían detonado los cartuchos de Raúl Isaías Baduel, su compadre, y Marisabel Rodríguez, la ex esposa del presidente, con pronunciamientos políticos que lo adversan en la hora refrendaria. Quienes vaticinaron el ataque del imperio a través de locales cipayos (dos países), y no de modo directo, como lo hizo recientemente el periodista francés Thierry Meyssan, dieron en el clavo.
De modo que las cuentas están claras, Sr. Uribe, de algún modo también "ex", ex amigo según matriz de opinión que usted mismo está cooperando a crear en momento tan coyuntural para Venezuela. Si Hugo Chávez es un "tonto útil" de la guerrilla por intentar concretar un canje de rehenes, en su criterio, díganos a nosotros, los latinoamericanos en general, qué es usted con respecto al Departamento de Estado norteamericano, su país y los generales que lo dominan, y lo hacen parecer un preso de sus propias conciencia, deseando por un lado y no pudiendo por el otro. Porque para no cometer una injusticia con usted, imaginándolo perdido del todo, estamos por creer que sus afectos hacia la figura del mandatario venezolano en algún momento fueron sinceros, aunque, por razones más poderosas que usted, imposible de sostener en el tiempo, dado el temperamento de sus amos.
Pero, créalo, así es peor la cosa, presidente Uribe. Su condición de jefe de Estado “obligado” lo coloca en una situación en la que a los demás no le queda otra opción que imaginar la marca de los collares en el cuello y de los grilletes en los tobillos y muñecas de las manos, de tanto que lo han ajetreado para que salve "los intereses" y coopere con la causa universal de quienes lo tironean desde arriba. Hacer de "idiota útil" pero de ese mismo modo contribuir a liberar a personas que sufren, tiene más mérito que hacer de idiota a secas, como usted, que es conducido por los caminos de los guiones escrito por otros, sin beneficiar a nadie y, por el contrario, perpetuando barbaries.
Cuando a usted le dicen clara y tajantemente "Ataca, Uribe" no queda espacio para escudarse detrás de la figura de jefe de Estado que se debe a ciertos lineamientos, porque es difícil concebir que un jefe de Estado tenga como propósito ir contra los suyos mismos, dando evidencia de un terrible mal que descompone al mantuanismo colombiano, que es no importarle nada ni nadie a la hora de afianzar el país para ellos exclusivamente, utilizando cualquier medio, viviendo la eterna guerra de sus propios intereses. No tengo ninguna duda de cuál lado ocuparía usted en la circunstancia, negada, de una guerra entre factores externos y "nuestra América", como decía José Martí, por si acaso no lo conoce. Ya en el pasado dio síntomas cuando los suyos se cuadraron con los ingleses en la Guerra de la Malvinas, en contra de la Argentina.
¿Qué debemos pensar, pues, señor Uribe, respecto de la idiotez, sugerida por usted mismo?
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