jueves, 22 de noviembre de 2007

La jugarreta de Uribe



La decisión de ¿Uribe? de poner cese a la facilitación de la parlamentaria Piedad Córdoba y la mediación del presidente Hugo Chávez en el canje humanitario entre rehenes y guerrilleros, entraña un infinito acto de soberbia y burla de una cúpula clasista y mantuana que halló en el secuestro del aparato de poder y la democracia colombianos un modo de vivir privilegiado.
Bendita sea la existencia de la guerrilla –se dirá-, pero no sólo para la guerrilla como tal, sino para la dirigencia bogotana que la utiliza como argumento eternizador de avergonzantes privilegios. Nadie es adivino, pero no falta serlo para siempre asegurar que esa cuerda de mantuanos colombianos (la dirigencia) jamás se ha interesado por la paz ni se interesará, cuando en la hora presente no tiene ni siquiera la disposición para concretar un simple canje; por el contrario, andan en la movida que si se puede incrementar la sensación de un estado de guerra en el país, será para ellos como miel sobre hojuelas.
La democracia para ellos, después del secuestro del aparato democrático a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, se reduce a obtener el voto mediante el chantaje bélico entre una población que mantienen aterrorizada con el fantasma de la guerrilla, guerrilla coco come niños. Acuartelados, en un país en guerra, con zonas dominadas y explotadas mientras una de las partes no sea lo suficientemente poderosa para perturbarla, Colombia vive los tiempos de una república aérea, sin pie franco en una identidad específica.
Nadie sabrá con precisión hoy en materia de gentilicio y política qué es lo propio colombiano más allá de la cumbia, el vallenato y un buen equipo de fútbol, cuyos integrantes a veces mueren por perder un juego en manos de uno de los países más violentes de la Tierra. Probablemente se maten por convencer al mundo que ese algo democrático, progresista y social que los caracteriza es la fragancia oligárquica de unas castas exquisitas que medran de la explotación humana, y no esas excretas humanas que pululan en los montes luchados por un tonto ideal de erradicación de la pobreza y la ilusión de la igualación social. Probablemente, en un hipócrita ademán de "universal" humanismo, se atrevan a admitir que colombiano también es Gaitán, ese enemigo mío, que lo es un también un pueblo sumido en la pobreza y, en un acto de locura, quizás arguyan también que ellos, en su forma mantuana, encarnan el sueño colombiano de la época de la luchas patrias.
No hay democracia cuando ni siquiera existe la opción de la abstención. Todo mundo tiene que votar, sea bajo coerción paramilitar o guerrillera, pero siempre habrá que hacerlo. Sin embargo, semejante estado de sitio, soportado en la sangre del histórico asesinato de Gaitán y de mucha gente, no es objeción para el que gobierno colombiano a la hora de intentar dar clases de dignidad a sus vecinos, de hablar de derechos humanos, de democracia o progreso; con facilidad motean de terroristas a la guerrilla cuando ellos como Estado, el mismo Uribe, son artífices del fenómeno paramilitar, una impune máquina gubernamental de asesinatos. ¿Cómo llamarle república a un país que se ofrece como protectorado al interés extranjero, como el de los EEUU, con el traidor propósito de sembrar en Suramérica una base de la sujeción imperial? ¿Cómo catalogar a un grupito selecto de "sangres azules" que a precio de mantener sus prebendas se baja los pantalones consuetudinariamente para que los gringos lo defiendan de su propio pueblo, ante quienes se enarbolan como un escarnio viviente que encarna toda la riqueza del país, todo el beneficio político y ciudadano? Claro, se le llama democracia a las zonas liberadas y custodiadas por ejército desde donde los ciudadanos pagan el "favor" de ser protegidos del coco de la guerrilla.
El mundo civilizado -se llenan la boca- es democrático (¿lo son ellos?), capitalista progresista (como EEUU), antiterrorista (la guerrilla) y, de paso, anticomunista, lanzando aquí miradas procuradas hacia sus vecinos, quienes implementan cambios sociales en su seno. Pero la élite bogotana no tiene capacidad de recuerdos, no echan la vista atrás ni por carajo, pues avistar nuevamente la sangre derramada, y que siguen derramando en el sudor ajeno, significa algo así como contemplar el fantasma del pueblo asesinado en su sepelio. Nada de recuerdos, se dicen, vamos al progreso. Las bases de su estructura denigrante estadal esta compuesta por plasma y células rojas, es decir, sangre, aunque pretendan soslayarlo. Hay en su país una cuenta pendiente cuyo reclamo no termina.
De modo que Álvaro Uribe, el Presidente de la República, miembro mismo de las encopetadas familias dominantes, no es, en el juego de una "democracia" calculada, un hombre libre más allá que el mismo elector que está obligado a elegirlo. Unos votan para ser dominados y otros son votados para el dominio. Es un mecanismo exacto de la perpetuación clasista, propio colombiano, que no acepta amenazas de ninguna naturaleza, so pena de deshacerse de ella por la fuerza homicida. Pruebas de sobras hay, amén de Gaitán, y sólo bastaría con recordar a los candidatos "inadecuados" a las élites asesinados en ínterin electoral.
Uribe está puesto allí como y por los grupos de poder no para lograr ninguna paz, sino para distraerla e impedirla. No irá a jugar a su propia muerte prebendaria poniendo al Estado colombiano en riesgo de concretar una paz que eventualmente daría participación en la cosa pública a una cuerda de "resentidos" históricos sociales. Sería muy peligroso. Ni siquiera habría que aceptar el antecedente bochornoso de un exitoso canje humanitario. Más sano para el interés mantuano es la traición al gentilicio propio, abrirse como meretriz a lo exterior para buscar acompañamiento en la injusticia y disfrazarla con tapujos; más sano es la venta y la entrega con tal de conseguir un amo y un fusil que defienda su falso teatro de democracia y progreso sobre la base que el terrorismo mundial, fundamentalmente antigringo, tiene un ala extendida sobre en Colombia desde la muerte misma de Jorge Eliécer Gaitán, como si la historia misma hubiera todo planificado para presentarlos a ellos, los nobles colombianos, como los ungidos de América, en el sentido norteño de la frase.
No tiene que extrañar, pues, el jueguito uribista de tirar la piedra y esconder la mano. Lanzar, en un momento de accionar imperial contravenezolano, la propuesta de ceder en un canje humanitario -aceptando al presidente venezolano como mediador- para luego, en repetidas ocasiones, sabotearla, y, finalmente, cancelarla en el momento más concreto de éxito, es una acción delatoria del cálculo y prestancia para el juego de abrir un frente justificatorio de ataque a Venezuela; en la acción se descubre claramente la intención de implicar arteramente al mediador, el presidente venezolano, en una matriz satanizada de terrorismo, narcotráfico y guerrilla, mientras ellos, el Estado colombiano, se inviste de la gracia de pacifista y progresista. Asomado al balcón, aferrado al ruedo de los pantalones de su amo gringo, le sonríen a un porvenir de eternidad sin el recuerdo enrojecido de la guerrilla y sin la incomodidad recordatoria de hombres de libertad y pueblo, como Hugo Chávez.
Porque es así, ha sumado la élite bogotana la figura de Hugo Chávez como objetivo de guerra en su frente enemigo, más como respuesta a la exigencia del patrón norteamericano y a los intereses propios de enterrar la noción “pueblo” que como avergonzarte actitud de pasar por encima del escrúpulo de lo propio y perteneciente americano. Así, a todas luces, desde siempre, desde Santander respecto de Bolívar, desde que son un salvado de la desintegración histórica gran colombina, desde el capítulo de apoyo al inglés en contra de lo argentino cuando el asunto de Las Malvinas, han desplegado los "demócratas" colombianos el papel de traidores.
Cuando el presidente colombiano propone el canje humanitario con Chávez por un lado y por el otro envía a Europa a su canciller para que logre de la Unión un pronunciamiento contra las FARC; cuando por un lado propone un intercambio y por el otro niega espacios para el mismo; cuando por un lado se ofrece como integrante del Banco del Sur propuesto por Venezuela y por el otro se arrodilla por un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los EEUU; cuando por un lado habla de lo "humanista" que resultaría un intercambio y por el otro cataloga de "tonto útil" (o “imbécil) a quien medie en dicho intercambio; cuando ocurren semejantes juegos con la paciencia política de las partes, nunca habrá de sorprender que, finalmente, en nombre de un manido concepto de diplomacia silenciosa desvirtuado, el hombrecito le dé una patada a la mesa. Deja claro el presidente Uribe su triste papel de hombre preso de sus propias pasiones y circunstancias, gobernado por sus intenciones de hacer de payaso bueno, que tiene amigos y todo -como siempre ha dicho del presidente Chávez-, pero a quien siempre se le recuerda la tramoya del circo y se le señalan sin ningún tipos de reparos quiénes son los dueños de las cuerdas, de los potros y los elefantes: los militares colombianos y dos o tres grandes apellidos plutocráticos.
Usa el presidente Uribe, sin cortapisas, la supuesta intencionalidad de estrechar lazos de cercanía con Hugo Chávez para adelantar pequeñas luchas y jugarretas de la oligarquía colombiana, como, por ejemplo, ofrecer a su país como futuro miembro del Banco del Sur propuesto por Chávez nomás que para escenificar una rabieta ante el amo gringo para que éste, con celo político, se preocupe por darle el sí a su petición de TLC.
Cuando la casta oligarquía criolla y su payasito de batalla notan con estupor cómo su jugarreta de canje humanitario se internacionaliza con Hugo Chávez en Europa y amenaza con comprometerlos, en medio de un marco concreto de éxito, retrotraen la mano que ofrecieron y se vuelven a sus amadas posiciones de privilegios y arrogancias. Son lo dueños del país, pues, y no ha de tolerarse que otros siembren antecedentes de paz contra su necesaria situación de guerra indefinida. Si nunca hubo ninguna disposición a resolver nada, entonces –hay que decirlo- no es cierto que Chávez rompiera ningún secreto de la diplomacia negociadora, así como tampoco es cierto que Marulanda no ofreciera la fe de vida que tanto le pidieran a Chávez en Europa, pues hay la información, reciente, que el jefe guerrillero envió una carta en este sentido al presidente Chávez. No es cierto, en fin, nada de lo que sesudos analistas construyen, tanto en Colombia como en Venezuela, a partir de una buena fe presidencial aprovechada -tal es la realidad- en nombre de falsas buenas intenciones de diálogo y paz y en nombre de una solita cosa clara: trabaja la dirigencia colombiana para vender a Venezuela.
O para ser más concretos. Nadie quiere la paz en la Colombia mantuana, porque es muy difícil cavar la fosa propia donde cuerpo y privilegios se cubrirían al unísono del polvo final. La eventualidad de un éxito en el canje constituiría para ellos un mal presagio de paz, lo cual, como dijimos, es absolutamente inconveniente para las castas. Y, al mismo tiempo, trabaja la “Gran Colombia” para pagar el pedazo de alma que han vendido al interés extranjero, vendiendo lo venezolano al mercado gringo, lo venezolano ahora más que nunca incómodo a su estatus colonial. Su Plan Colombia le pasa factura, factura que ellos pagan moviendo la cola, pues no es conciliable la Venezuela en tiempos de Chávez con sus añejados privilegios y sistema de castas del pasado.
Es Colombia una mirada al pasado que le reclama y afrenta al futuro que se resiste a lo anacrónico. Tal como pretende el país que pensemos de ellos, la dirigencia, me refiero, habría que decir a su gusto que Colombia vive en paz estando en guerra, y que eso es lo propio colombiano a reconocer, lo cual ha de ser respetado en virtud de la libre soberanía de los pueblos, misma que no es esgrimida cuando deciden comportarse como protectorado estadounidense y dan pie para abusos imperiales en nuestro suelo, o en nuestro suelo suramericano, donde todos somos vecinos de todos.
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