Las expectativas sobre cómo ha de administrar su triunfo es profunda en el país, pues el primer problema que se presenta para tener una clara certeza es su situación fragmentaria, sin liderazgo, de pugna entre ella misma (sólo Chávez la une), lo cual hace esperable que nuevamente se enfrente entre sí sobre qué rumbo seguir. Ya un Ismael García asomó su posición de "negociar" con el gobierno, como si fuera un político modelo de esos del viejo Pacto Punto Fijo; Baduel, siempre con su cortina de humo, dio a entender que se replegaba para luego venir con unas propuestas al país; Rosales, por su lado, propuso la "reconciliación", agradeció el reconocimiento que hiciera el Jefe del Estado al triunfo del "NO" y se dedicó a proponer el rescate de los artículos que, en su opinión, son de lamentable cancelación cuando se frustra la propuesta reformista presidencial, como el fondo económico de amparo para los trabajadores informales, entre otros.
El triunfo opositor, así sea por leve margen, ha de tener la necesaria lectura que si logran concretar una unidad entre sus filas, en torno a una propuesta de país justa y equilibrante, controlando el desbordante afán de protagonismo que los anima, bien pueden ofrecer una significativa fuerza de lucha cívica que eche mano de los recursos democráticos y que olvide definitivamente la inclinación por la solución rápida y necesariamente violenta que de sus sectores emana, soluciones como el golpismo y la conspiración. Pero semejante unidad, a pesar del triunfo obtenido, luce lejana en el horizonte, dada la gran cantidad de vertientes que tiene la oposición política venezolana. El logro de hoy, con todo lo paradójico que pueda parecer, dista mucho de presentarla como un ente sincronizado en su accionar a nivel de liderazgo, porque para nadie se oculta que la oposición se compacta como unidad más porque Chávez la une que por efecto de un líder que la organice.
En cualquier caso la asimilación del propio triunfo no puede ir más allá del sentido común de considerar que se logra no porque hayan crecido como fuerza política sino porque un amplio sector del chavismo se abstuvo de votar a favor de la Reforma Constitucional, mismo sector que tampoco dio su apoyo a la opción del "NO", como quedó claro al obtener los mismos 4 millones de la elección pasada. En efecto, notamos que 3 millones se abstuvieron de votar a favor del "SI, considerando el pasado apoyo de 7 millones de votos que tuvo la opción presidencial, que hoy rubrica con 4 millones y pico; la oposición, por su lado, tanto en aquel entonces como ahora, se queda estacionada en su 4 millones y medio.
Por ello el lógico llamado es al no sobredimensionamiento de una victoria que se da no por mérito propio sino defecto ajeno, y que desde ya se somete a revisión entre las filas del proyecto bolivarianos de cambios. Una actitud de triunfalismo no se correspondería con una realidad política opositora que en las urnas no certifica un significativo crecimiento de apoyo popular. 4 millones sacaron en el evento electoral pasado; 4 millones y medio, en el presente. Si hay un mérito a reconocer para la oposición es haber logrado erradicar la abstención de entre sus filas, pues mantuvieron su voto duro alrededor de la cifra mencionada.
Pero sabemos que es difícil la no ocurrencia de semejante actitud en una tolda que se inclina habitualmente a la magnificación y a asumir criterios poco apegados a la realidad. El hábito del sobredimensionamiento e irracionalidad ha sido una constante en el sector de la oposición política venezolana, quien incluso perdiendo en el pasado siempre se la arreglaba con negaciones y desconocimientos para suavizar el amargo sabor de la derrota. Así, esta oposición venezolana nunca al perder en medio de una confrontación electoral reconoció el triunfo del otro, como hoy lo hace el Presidente de la República con respecto a ellos; en su opinión, siempre había trampas, el árbitro estaba parcializado, el gobierno amenazaba a medio mundo para obtener votos en su caudal. Hoy que por primera vez le ganan una consulta al Presidente de la República, ya no predica quejas con respecto a la ecuanimidad del árbitro y, lo que es más importante y lamentable, en la misma tónica de lo que ha sido su comportamiento histórico, se esperan excesos de hinchada irracionalidad por causa del reciente triunfo, como que salga un Baduel llamando a una Asamblea Constituyente porque así se realizarían nuevas elecciones presidenciales, teniendo él el chance de postularse para la presidencia; o que otros propongan el aborto de algún poder público, como la Asamblea Nacional, por ejemplo, con una actual correlación de fuerzas producto del mismo proceder opositor, o que otro más allá proponga, así como así, la renuncia de Chávez, sólo porque ellos, por primera vez, le ganaron una consulta, no cayendo en la cuenta que el margen de victoria sea de un 1 punto o medio o casi inexistente, o si fue que alcanzaron la victoria porque ellos crecieron o el contrario se abstuvo.
En muchos sectores la irracionalidad nace del hecho de constatar que, a pesar de ensayar una vía cívica y obtener un triunfo opositor, Chávez continúa en el poder, constituyendo ello una suerte de autoinvitación a la tradicional violencia de proponer la salida del presidente de la república por la fuerza, lo cual, a más de ser un fantasma golpista, es un duro lastre que orgánicamente parece arrastrar la oposición política venezolana y que amenaza cualquier futuro progresista en medio de la diversidad de opinión y posiciones. No debe nunca olvidarse que la magnífica jornada cívica que acaban de vivir los venezolanos estuvo siempre signada por el chantaje del golpe y la maquinación conspirativa, mismo que no se activó en observación a los resultados electorales favorables a su causa. Es más, creemos no exagerar que cierto sector opositor podría estár lamentando ahora mismo la derrota del SI porque en lo inmediato desaparecen del panorama los argumentos para proseguir con las protestas y las opciones anticonstitucionales.
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