Tales frentes tienen nombre, resumidamente, pues de sobra se conocen por haberse precisamente vivido bajo la situación de shock a la que se sometió, mediáticamente, al pueblo venezolano en el mes de noviembre. A saber: inseguridad alimentaria, inseguridad civil o personal, impunidad mediática y tergiversación de la realidad y de la información.
Los primeros dos frentes fueron abiertos con toda la facilidad que le permitió la clara ingenuidad, lentitud e inoperancia de la autoridad competente en la materia, es decir, el Ministerio del Poder Popular para la Alimentación, el INDECU y el Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia. Los primeros fueron sorprendidos fuera de base por el monstruo desestabilizador opositor que en lo inmediato se propuso jugar con el instinto de conservación del humano venezolano de calle, su alimentación. Progresivamente la política desprevenida de estas carteras permitieron la toma por parte de la oposición del sentimiento de seguridad del venezolano en tan clave materia: generaron escasez, escondieron los alimentos, no recibieron ejemplarizantes sanciones y desdibujaron, coyunturalmente, todo el esfuerzo que desde el ejecutivo emana para el logro de la independencia alimentaria. De modo que, señor ministro Oropeza y señor director Ruth, cartera de alimentación e INDECU, respectivamente, con todo el esfuerzo que consta han desplegado en sus funciones, hay sin embargo que hacer el reconocimiento de la máxima que dice que todos somos responsables por todos, sopesarla detenidamente e intentar descubrir en ella el punto de quiebra propio. Frente a sus instancias se instaló un coyuntural desabastecimiento en el país. Y el asunto es que no se trata de buscar responsables con la comodidad simple de señalarlos, sino de concienciar la falta para evitar una nueva ocurrencia, pues siempre se ha debido tener claro (y se ha de tener perennemente) que en una situación pre electoral hay que encender las alarmas de la previsiones y de la inteligencia en su sentido político.
Siempre debió comprenderse, gigantescamente, el plan de shock psicológico que se traía entre manos la oposición política venezolana. Quien escribe venía alertando desde el mes de octubre la movida y llegó incluso a llamar la atención en específico a tan específicas autoridades, como lo hizo mucha gente cuando se quejaba que no se veía acción institucional por ninguna parte tomando previsiones. Véase "La inconciencia política de las caraotas, leche y huevos", del 23-10-2.007. Los factores empresariales monopolizadores de los alimentos, identificados con el oposicionismo, hacían de la suyas, esto es, obligaban a los venezolanos a calarse colas y peleas en los mercados sin que ninguna autoridad se presentase patentemente para conminar el sentimiento de desamparo y de rumbo perdido de la gente, acciones que no tenían otra intención que entubarla hacia un rechazo de la gestión presidencial en época de votos. Claramente se incurría en delito trasgresor de la paz y seguridad ciudadanas a título de contienda política, hecho completamente inaceptable desde el punto de vista de los derechos y libertades republicanos.
Las otras dos autoridades entran en juego cuando permiten, por un lado, la magnificación de la crisis virtual generada, como CONATEL, ya en el plano explícito de la propaganda política transmitida en los medios de comunicación; y, por el otro, hablando ya del Ministerio de Relaciones Interiores y Justicia, cuando se permite la generación de una situación de zozobra ciudadana en materia de seguridad sin que la acción tuviera el contrapeso, ni siquiera coyuntural, de la implementación de un plan visible que por lo menos contrarrestara la matriz de opinión mediática de que Venezuela la gente se liquidaba a sí misma, matándose hasta por un par de zapatos. Como que si hubiera siempre que recordar que la política en trance electoral come mucho de la espectacularidad y que, en términos de maquinaria, se precisa grandemente no perder nunca de vista tal aseveración, como si fuera una máxima, sin menoscabo de la legitimidad de la revolución planteada para Venezuela, pues desde un principio se tiene la certeza que por lo menos el 50% del electorado comulga con el proceso de cambios.
Se trataba, digo otra vez desde el punto de vista de la maquinaria electoral, de mantener la moral alta y conquistar y conservar el corazón de los indecisos, de los más veleidosos, de los venezolanos que se han acercado a la causa para explorar y tasar las propuestas igualación y justicia social.
Hechos de insólita impunidad ocurrieron en el mes de noviembre en el país en material comunicacional sin que la institución que vela por la salud ciudadana en este sentido se pronunciara. Teniendo la oportunidad de hacerlo, no asomó CONATEL ni siquiera la intencionalidad de amonestar, ejemplarizantemente, a ningún medio trasgresor. Los ejemplos sobran. Nomás mencionemos la cuñita del carnicero o panadero a quien la "revolución" la quita el negocio, o la emisión de cuñas políticas sin identificación o razón social que comprometían claramente a una determinada planta de televisión con un accionar de claro sesgo político a título de ente social transmisor de noticias.
De modo que también desde las carteras de los ministros Chacón y Carreño, quienes son excelentes exponentes de la función ejecutiva (el ministro Chacón es por su dedicación una figura estrella en el gabinete), se empozaron unas lagunas operativas que facilitaron la cabalgata de los frentes que se abrían para reblandecer la voluntad y convicción del venezolano común, cual masa pa' bollo en tiempo de elecciones.
Así, pues, adentro y afuera, en la casa y la calle, sobre el instinto de conservación y sobre su seguridad ciudadana, se trabajó implacablemente al venezolano como simple objeto electoral que se define en su tendencia política en consideración a sus emociones, de mayor peso en momento de coyuntura eleccionaria.
Sin el ánimo de ser ligero o facilista en la crítica, esto es desde la óptica de un presunto escritor de notas cómodamente sentado frente a un monitor, se impone buscar explicaciones para alimentar una reflexión, reflexión que, sin duda, cobra dimensiones de lección dado el resultado del referendo. Otros tópicos hay como las expresadas por el mismo presidente de la república cuando se plantea la pertinencia temporal o no de la Reforma Constituyente o cuando se pregunta si el pueblo está o no preparado para acogerla en su seno; pero, como se ha dicho, el alcance de estas disquisiciones se circunscribe nomás a examinar las circunstancias efectistas psicológicas adelantadas por el oposicionismo venezolano en el marco de un "vacío de poder" institucional que le facilitó el trabajo. Se trata de indagar por qué 3 millones de anteriores votantes por la causa bolivariana dejaron de hacerlo hoy y hasta qué punto incidió en su ánimo el arma de combate del contrario político. Desde este punto de vista, desde el ángulo de moralización o desmoralización de la maquinaria política que genera abatimiento, oscuridad o desencanto y resta votos, se precisan las indagaciones, a menos que se pretenda seguir de largo como si no hubiera ocurrido nada. No vale el argumento de que esta vez la elección no era presidencial, porque la oposición en la presidencial y en está obtuvo la misma cifra de votantes.
Se configuró exterior y prácticamente para el venezolano una realidad concreta que tuvo un efecto electoral, con humana culpa o sin ella, pero con responsabilidad en los términos de que la política es el arte de saber cómo piensan los demás. Y las cosas colocadas así, en medio del cálculo político, en modo alguno conspiran con la legitimidad de proceso de cambios que se plantea para el país, porque demostrado ha quedado en once combates electorales cuánto es el voto duro que arrastra el presidente Hugo Chávez y cuánto puede ser la población electoral flotante sujeta al vaivén del efecto de la propaganda y el trabajo de la conciencia, como quedó demostrada en la reciente jornada, donde una significativa cantidad que dejó de votar por una de las opciones, si bien es cierto que tampoco mudó su voto por la opción contraria, mutó su decisión hacia la abstención.
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