El decorado que se hace de lo político con lo de la farándula o nombres de reinas de belleza alcanzó su plenitud con los bautizos que se hicieran de los buques petroleros, donde nombres como Maritza Sayalero o Susana Duin fueron inmortalizados (aunque con una inmortalidad bastante mortal, dado que con los cambios políticos y culturales adelantados por la gestión de Hugo Chávez, ese homenaje se vino al suelo y en su lugar se desenterraron nombres como Negra Hipólita y Matea).
De forma que se decía de Venezuela que es un país de mujeres bonitas y petróleo, cosa que amenazaba ser extensiva para todos los ámbitos de la vida en sociedad, como en el trabajo o los estudios. Hasta es sabido que en arte y literatura, donde hay delimitaciones de conciencia claras a nivel conceptual entre belleza física y talento (la intelectualidad, pues), los chicos y chicas bonitas también querían presumir de ser mejores escritores y poetas que el resto de los mortales, un poco menos agraciados físicamente. Ni que hablar de cómo la gente trabaja o trabajaba en este país, entregando una foto de cuerpo completo, con abultadas glándulas mamarias, para conseguir el puesto, cosa que -para ser franco- parece ser hoy un hecho universal.
Mujeres bonitas y petróleo para Venezuela, como de habanos y güisquis para Cuba y Escocia, respectivamente. Así la simpleza resolvía las complicaciones de buscar más inteligencia que la contenida en el aprendizaje de pasos de pasarela o gestos ensayados en el espejo de la farándula. Con decir que para esta extraña sociedad plástica que se cultivaba en Venezuela, cuando sintieron sus bases tambalearse con la advenida de un zambo propalador de una nueva estética, Hugo Chávez, le lanzaron (o intentaron) a una ex reina de belleza como uno de los mayores recursos para evitar su triunfo en las elecciones, cosa que se quebró por su propio peso muerto de inteligencia. País de países.
¡Pero a qué extrañarse! En el norte, país de ensueño para muchísimos educados bajo la égida superior anglosajona, actores como Ronald Reagan y Arnold Shwarzenegger ocuparon y ocupan hoy puestos de gobierno, haciendo mención aparte del primero, el más grande fetiche presidencial llegado a la jefatura de los EEUU, a quien hasta se le atribuye el ardid de haber hecho rodar por los suelos la rivalidad rusa de la guerra fría, artífice y pontífice por demás de la Guerra de las Galaxia. A buen modelo, buen émulo.
De manera que tiene qué haber algo especial sobre la política y el manejo del estado que los actores, faranduleros y reinas de bellezas nuestros y estadounidenses aprenden en la academia. Algo concreto que por su propio poder y condición sobrada los lleve luego a catapultarse como los salvadores de la patria, cuando toman un micrófono y empiezan a criticar gestiones para luego, indefectiblemente, postularse como candidatos. Es algo innombrado curricularmente, pero que sin duda existe, está en el ambiente, compenetrándose con la bella piel y el alma del aprendiz. Secreto que permanece en el misterio, del mismo modo que la cocaína no cocainizada de la receta supersecreta de la Coca-Cola.
En Venezuela también hay otra modalidad de ser político farandulero, pero que se abre camino a través de una forma no precisamente profesional, sino personal, esa que usa la carne humana como trampolín. Me explico: es el amantazgo o maridaje. Ya sabemos el cuento con Blanca Ibáñez, la famosa barragana de Jaime Lusinchi, de quien se decía mandaba más que un motor y ponía a los militares de carrera a pasar coleto sobre las baldosas de Miraflores. Por el hecho de hacerse amante del presidente de la República, saltó a la fama y todo el mundo dio por hecho que tenía madera de "tremenda política". De hecho, todavía se oyen rumores por allí de su gran poder, del que no se salvó ni el mismo presidente de la república, a quien mandaban a callar y punto.
El caso más reciente de esta nueva modalidad de ser político farandulero en virtud de una relación personal con un político, lo constituye el ejemplo de Marisabel Rodríguez, ex esposa del actual presidente de la república. El hecho de compartir unos años de matrimonio y procrear descendencia con el primer mandatario le aseguró, como es la ley político-farandulera del país, gran conocimiento en materia de política nacional, no sin antes olvidar que atesoraba un excelente currículo como concursante de belleza venezolana. Hoy, con gran conocimiento atesorado sobre el arte de manejar estados -estadista, pues-, se dispone en cualquier momento a saltar hacia ruedo de las competencias de candidaturas políticas con el propósito de salvar a una alcaldía, estado o país. Lógicamente, a modo de entrenamiento, tiene en su favor ya haber incursionado en escaramuzas políticas, como la última, cuando denunció que atentaban contra su vida desde anónimas fuentes del poder. Tiene en su aval, también, conocerse toda la vida del presidente de Venezuela, lo cual le da mucha escuela, además de haber dirigido la Fundación del Niño con gran criterio progresista hasta el punto que, durante su gestión, se mantuvo erguida sin que nadie la regentara.
En fin, es la Venezuela farandulera, por extensión saudita o petrolera. Cuando llega Hugo Chávez a los espacios de esta política farandulera y petrolera del país, por influjo de su propia gestión, el inveterado paradigma de las pantallas, no obstante su fortaleza, parece estremecerse un poco. Ya dije de la "tumba" de algunos sitiales simbólicos, como los nombre de los buques petroleros, algo somero perque es muy significativo y enunciador en un país donde se empiezan a acometer cambios. Y hay que enunciar también el papel importante que la mujer, por mérito de talento político propio, ocupa en la actual gestión, además del discurso presidencial, que de continuo invita a la democracia, a la elección desde las bases de quienes quieran ser llamados ejecutores políticos, tratando de olvidar algo –se dirá- de la fatídica escuela de periodistas, actores y reinas de belleza metidas a protagonistas políticos.
Pero es claro que se trata de una costumbre demasiado arraigada en la psique tan sui generis del venezolano. El presidente de la república, con todo y su poder de cambios, quebrador de paradigmas, no hizo sino estremecer el mencionado esquema de vida. La costumbre farandulera de hacerse política, más allá de sobrevivir, vive con gran fuerza, y hoy más que nunca, dada la coyuntura electoral. Todos, en sus diferentes modalidades pantallezcas, es decir, desde el maridaje, el amantazgo o desde las mismas filas de las academias y guiones de telenovelas o pasarelas, desean poner al servicio del pueblo venezolano los conocimientos adquiridos en materia de manejo de Estados durante su paso por las clases de histrionismo o modelaje.
Periodistas pantalleros no se aguantan; actrices conocidas, tampoco; amantes y esposas, menos, más si se sienten enormemente capacitados por el conocimiento que les da ser esposa o esposo de un gobernador, diputado o alcalde. Fabiola Colmenares hace lo suyo y espera por su nominación desde el abigarrado mando opositor; lo mismo Marisabel Rodríguez, quien presume mantenerse sobre la ola por lo del presunto atentado contra su vida; las esposas de los gobernadores, como la del "filósofo del Zulia", no esconden su certeza de saberse sucesoras en ese difícil arte de gobernar un estado.
Es tal el farandulerismo con inclinación hacia la política (y viceversa) que, una vez que se prueba, no se puede abandonar nunca en su gustito, así mil tribunales competentes realice inhabilitaciones por causa de manejos dudosos de la finanzas de sus arcas. Un caso emblemático es la del "muchachito bonito" de Chacao, Leopoldo López, quien rechaza la inhabilitación en su contra, queriendo seguir siendo un alcalde, esta vez más grande. (Está dicho: el límite es el tamaño de la pantalla, desde Venezuela hasta Hollywood). Un tanto igual pasa con el ex gobernador del estado Miranda, Enrique Mendoza, quien mira en la reciente amnistía que lo benefició una señal de la Providencia para cuestionar las leyes mismas del cielo que lo liberaron; él, categórico, rechaza también su inhabilitación y se empeña en ser el futuro gobernador del estado, salvador de la patria, como en aquellos tiempos cuando era el jefe máximo del estado y se hacía acompañar por su pupila Irene Sáez, la ex reina de belleza, para arriba y para abajo.
Hay más representante de la farándula política, sin que necesariamente sean del sexo femenino o precisamente modelos de belleza. Julio Borges, el ex conductor de un programa de televisión, quiere ser abanderado; Delsa Solórzano, a quien le llenan el oído con que es una miss candidata, quiere ser alcalde del Hatillo; Antonio Ledezma, otro bicho no tanto de la farándula sino de la fauna política, quiere ser candidato, después de hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerse sobre el tapete denunciando cualquier gesto pernicioso o torcida de ojo que hiciera el jefe del Estado venezolano durante sus alocuciones en Aló Presidente (lo último fue sobre la locura del presidente); Gerardo Blyde, sin haber participado en torneos de belleza, haber conducido un programa de televisión o grabado una telenovela, también quiere ser alcalde de Baruta; Oswaldo Álvarez Paz, protagonista de la primera producción del Jurassic Park político venezolano, también quiere ser candidato.
Y hay más, ciudadanos, pegados todos o la pantalla de una televisión o a un micrófono de la radio, periodistas ellos, desde cuyo trabajo despliegan la noble tarea de llevarle la noticia a los venezolanos según interpretación política propia. ¡Y en esto quizás resida el secreto de saber tanto de estadistas! En el ejercicio político de sus profesiones académicas farandulescas.
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