El temor de fondo durante tantos días de tensión por parte de la oposición venezolana, jaqueando en su angustia al resto de los mortales, siempre fue lo que, por fin, el 10 de enero confirmó: la decepción de descubrirse como una nadería.
La palabra es severa y parece apuntar a que un fanático afirma que no existe; pero no hay ni tal semántica ni intencionalidad. Por un lado, el diccionario es generoso y le atribuye márgenes importantes de insignificancia o pendejada, sin mezquinarle esencia viva; y, por el otro, a nadie en sus cabales se le ocurre negarla, por lo menos, como grumo o caos político caminando por ahí. Hay oposición política en Venezuela, sí, pero no es una entidad definida; por el contrario, es un zaperoco cultural, con vertientes psíquicas de un extraño nacionalismo y una galopante ignorancia histórica, sin líderes, sin programas, sin planes, sin límites, socarrona en consecuencia, ilusa e ilusoria, dispersa…
Lo que equivale a volver a la palabra inicial: es una nadería. Finalmente, llega el 10 de enero, día de la juramentación presidencia, y ese voluminoso 30% que vota en contra de gobierno bolivariano se da cuenta con horror que, siendo algo, como se lo reconoce el Diccionario de la Lengua Española, no hace, no afecta o cambia un carajo. Es, para decirlo de una vez, "una nimiedad, insignificancia, menudencia, minucia, fruslería, nonada, bagatela, tontería, bobada, trivialidad, futesa, chorrada, pendejada" (https://dle.rae.es/nadería). Luego esa oposición, al descubrirse con efecto nulo sobre el rumbo que ha de seguir el país donde vive, es anegada por la depresión y el luto, y así vuelve a ser jaqueado el resto de los venezolanos por su amargura en las calles, el transporte público, los espacios de trabajo, las conversaciones triviales de la calle… Así que, consejo adelante, cónsono con el duelo, deje a su vecino opositor en paz por ahora: ¡ni lo vea!
Dramática ha de ser la certeza de que, en realidad, no ganó nada el 28 de julio porque el 10 de enero llegó de modo intrascendente y no se vio su presunta mayoría por ninguna parte para protestar nada. Su lideresa, María Corina Machado, en varias oportunidades intentó juntar sus migajas en sus llamadas "marchas mundiales" y no ocurrió más que la conjunción de unos pocos centenares de personas en algunos lúgubres lugares de Caracas o de los llanos. Su novedoso piloto político, Edmundo González, presunto presidente electo, fenece de lejanía en el exterior, caminando sobre el suelo de otros países porque sus millones de adeptos no tienen poder para tenderle una alfombra de regreso hacia su país de origen.
Y, lo que es peor, sea falso o cierto, arrancan a su cabecilla del lomo de una motocicleta, a María Corina Machado, y la secuestran y la obligan a autograbarse y la humillan, y el país sigue igual, no se subleva, no reacciona, no hay calle, no hay concentración millonaria de gente para vengar la afrenta. Nada.
Ello en cuanto a adentro; en cuanto al exterior, no llegan los amigos, los fogosos aliados, los que juran morir por la verdadera democracia, o los buques, las armas, portaaviones o lo que sea que no se circunscriba a vanas palabras.
Triste es saberse nulo, inútil, intrascendente, madeja suelta en el aire sin mago que la gradúe. Nadería es ser algo en la vida, pero no más allá de una criatura que chapotea sobre la nada, con el perdón de la semántica y hasta de la semiótica.
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