No cumple Donald Trump un mes de haber jurado en el cargo como presidente de los EE. UU. cuando ya acumula varias historias tristes o jocosas. Por ejemplo, triste es la de Gustavo Petro y la de Lula da Silva quienes, a pesar de haberse esforzado por congraciarse con el gringo denostando de Venezuela, fueron humillados con la devolución de un montón de inmigrantes encadenados como criminales.
Jocosa es la del inefable Javier Milei, presidente de Argentina. Creyéndose mimado por su idolatrado Trump porque lo invitó a su juramentación y le concedió el privilegio de dar un discurso, fue pechado con el impuesto del 25% al acero y aluminio que se inventó el gringo. Que lo lamenta, que no hay excepción con Argentina, le dijo el ídolo.
Este arancel también afecta a Brasil, otra nación coleteada por Trump. Argentina verá afectados unos $600 millones anuales por concepto de esa exportación metálica.
Pero la diversión con Milei no termina allí. Como mono eximio para imitar, retiró a Argentina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nomás por acompasar al magnate estadounidense, quien sacó a los EE. UU. el primero de dicha organización. La jocosidad está en que ahora EE. UU. vuelve a integrarse a la OMS y el argentino está reconsiderando hacer el ridículo con un retorno.
Así, sin principios morales y personalidad propia, no se puede, diría un ancestro de esos que dan consejos.
Mas hay casos y cosas peores, más allá de la tristeza o jocosidad. Nayib Bukele, por ejemplo, derretido ante el astro norteamericano, propuso convertir a su país El Salvador en una especie de letrina latinoamericana, no bastando con que ya los estigmas colocan a la región como patio trasero. Mandó a decir con Marco Rubio a Trump que podría recibir a criminales de varias nacionalidades desde los EE. UU. a cambio de una tarifa. Algo así como que El Salvador es un lugar para reciclar lo que pudiera apenar procesar en el mismo país de origen. Algo huele mal en Dinamarca.
Por cierto, esta última criatura, quien como Milei imita al gringo, acaba de confesar que no tendría reparos en pedirle petróleo a Venezuela, país del que ha abominado hasta la saciedad acusándolo de ilegítimo en su presidencia, violador de los derechos humanos, de asesino… Dijo que, si EE. UU., que es el país más poderoso del mundo, le compra petróleo a Venezuela, ¿por qué no ellos, que son un país chiquito? Los insultos y las vejaciones, pues, tendrán que verse como se les ven a Trump, como una especie de divertida verruga sobre una personalidad avasallante y pragmática, lo que suponen ocurre con ellos también, Milei y Bukele.
Semejante razonamiento, implosionador de neuronas, hará que en breve suceda una estampida de ratas latinoamericanas hacia Venezuela, emulando el comportamiento de Trump, dado que son también monos imitadores. Milei pediría su petróleo, como lo podrían hacer también los presidentes de Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana, Uruguay, entre otros, unos más roedores y arrastrados que otros. Como analizó Bukele cuando reventó sus neuronas, hay una crisis que ni los EE. UU. ni Europa pudieron sortear ante la negativa de la OPEP a aumentar la producción petrolera para bajar los precios.
Queda, ergo, comprarle a Venezuela. Probablemente exijan revivir Petrocaribe, aquella empresa de mancomunidad latinoamericana que concibió Hugo Chávez para fomentar la hermandad entre la Patria Grande, seguramente invocando aquella cláusula que les otorgaría hasta dos años de gracia para realizar los pagos.
Por suerte Venezuela no necesita nada. Es un país con dignidad y arraigo emancipador, autosuficiente. La providencia lo ha dotado con lo mejor de la creación, el hombre venezolano, y con infinidad de recursos. Se ha crecido con las circunstanciales carencias y sanciones, y ha dejado claro que no reconoce ninguna unipolaridad ni unilateralidad, jamás arrastrable ante nadie.
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