jueves, 6 de febrero de 2025

ESE VIEJO SENTIMIENTO DE LA MALINCHE, DESTRUCTOR DE PUEBLOS

En América Latina se perdió la visión bolivariana, esa que enaltece la patria grande y que resucitó Hugo Chávez con su mandato y vida.
Nicolas Maduro recibió de sus manos el testigo en la carrera, pero le tocó vivir una situación de ataque continuado (conspicuamente las sanciones económicas) que obligó a todos a ensimismarse en la supervivencia nacional, empobreciéndose la sinapsis política de integración latinoamericana. De allí el parto de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), su obra, y el énfasis revolucionario en las comunas, mandato de Chávez y su Plan de la Patria.
Venezuela había iniciado con impactante pulso la tarea. En aquellos tiempos con Chávez (años noventa) se le dio golpe de muerte al Alternativa de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y, en su lugar, se propuso la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA), en contraposición, corrigiendo la exclusión de Cuba que la primera organización proponía y concentrándose los miembros en su latinoamericanidad, manteniendo distancia con el imperio explotador.
Entonces ocurrió que Chávez ideó Petrocaribe (2005) desde el seno del ALBA, un mecanismo de solidaridad energética que ofrecía petróleo al continente dando a sus miembros un período de gracia de hasta dos años en los pagos, buscando así el ahora difunto presidente un mejor sentido de hermandad entre países.
Se hablaba de integración.
Vino en 2010 la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que buscaba proyectar la unidad política y económica de América del Sur y Centroamérica (sin EE. UU. ni Canadá) ante el mundo. Chávez llegó hasta a afiliar a Venezuela al Mercosur, buscando una más completa sinapsis con el gremio de países más australes, pero el proyecto hizo aguas en 2016 cuando el país fue suspendido indefinidamente. Entonces se pensaba en el modelo de la Unión Europea como modelo aceptable de unidad a emular, con su moneda única y un sentido de hermandad y de casa comunal latinoamericana. Esa moneda fue el sucre, cuyo proyecto quedó embrionado.
Pero el barinés se fue, coincidiendo con el repunte político de la ultraderecha en Suramérica que, al decir de algunos, lo asesinó. La suspensión de Venezuela de Mercosur fue un hecho sintomático de la ferocidad ultraderechista e imperial desatada posteriormente en el continente, especialmente contra la tierra de Simón Bolívar.
Comenzó la campaña opositora e internacional de denostar contra el país, satanizándolo, en medio de un esfuerzo denodado por destruir; se indujo a la juventud a abandonar el país y hasta maldecirlo (la inmigración); el acto de traicionar a la patria se hizo deporte con unos muy brillantes atletas: Julio Borges, Leopoldo López, Juan Guadó, Antonio Ledezma, María Corina Machado, entre muchos otros, hoy millonarios, todos comprados por el imperio de los EEUU (que ahora les da la espalda y los investiga).
El quinquenio hasta 2020 se convirtió para Venezuela en una suerte de clímax de supervivencia política, con escasez, migración, guarimbas, asesinatos, marchas, amenazas de invasión, sanciones, siendo tal lapso una dura prueba de resistencia para la democracia venezolana y el gobierno bolivariano. Sin dura una medida de resistencia: si un gobierno cualquiera del mundo resiste semejante ataque y complot, tiene que ser, a no dudar, un gobierno como el de Venezuela, poderoso, con ideales, patriota, soportado en sus gentes y sus orígenes emancipadores. Como se dijo arriba, de esta época son originarios los CLAP, una medida para atender a la población asediada por los efectos de las sanciones. El petróleo, escaso a ratos en su exportación,  se puso al servicio del pueblo para conjurar los demonios.
Esa ultraderecha, que en su repunte había empezado por sacar a Venezuela del Mercosur y a destruir cualquier esfuerzo histórico por la mancomunidad política y económica, se encuentra hoy desatada, sin pudor, amparada en la locuacidad orgásmica de su emperador Trump. Y lo que había empezado por romper el trabajo realizado por la unidad de los pueblos, por atacar a Venezuela y el legado de emancipación bolivariana, se encuentra al momento bajo una perspectiva de violación del derecho global, esto es, internacional, nacional e individual, como si se accediera a una fase histórica nazista, consagración de la derecha extremista.
En tal sentido así lo afianza el gobernante de los EE. UU.: cambia nombre a regiones que no están bajo su potestad, amenaza con tomar una tierra como Groenlandia, así como el Canal de Panamá, y expulsa de su país a inmigrantes encadenados como criminales de guerra. Sin duda, una nueva hora, hora de la agresión y retaliaciones.
En el ínterin de llegada a esta circunstancia, los pequeños seres representantes de los países más obcecados sean de derecha o de presunta izquierda, ya realizaban el trabajo estúpido de autodestruirse destruyendo el sentido de grupo y de unidad continental. Y así fue posible mirar la satisfacción infantil de los australes que expulsaron a Venezuela del Mercosur y de aquellos otros que indujeron su renuncia a la OEA; fue así como de pronto se descubrió a un Lula o a un Petro (a pesar de su orientación izquierdista) desconociendo la legitimidad de su gobierno, perdiendo la perspectiva del conjunto en acciones individuales; fue así, como en apoteosis, se descubrieron todos en el continente maltratando a la imagen de Bolívar, al venezolano inmigrante, a la Venezuela en carne y hueso, a todo lo que pudiera oler a ideal de hermandad, traicionando al familiar para unirse al extraño. Ese viejo sentimiento de la malinche, destructor de pueblos.
 
 
 


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