Bajo este concepto se presenta la novedad de la reducción de la jornada de trabajo a 6 horas diarias, 36 acumuladas semanalmente, protestada por magnates de siempre. Gana la clase trabajadora y se opone la clase patronal. Se alegra la clase trabajadora, aunque adverse por ideología las medidas en general del gobierno nacional.
Estas actitudes, protestas y malos humores pone en evidencia algo incontrovertible: en el país se están dando los cambios con miras a equilibrar un poco la balanza, tradicionalmente favorable a las clases pudientes, para quienes lo ideal es tener un país lleno de explotados trabajadores, cual corral de animales. Se cae el antifaz de la mentira y egoismo explotacional.
¿Por qué otros países como Alemania, Francia y Brasil (aquí 35 horas) sí han de hacer uso de la medida y Venezuela no? ¿Es que nuestros trabajadores son criaturas con más dotes animales que humanas para recibir el tratamiento al que aspira el patrón, esto es, trabajar incansablemente con la obligación de llenar su bolsa?
Respóndame, amigo, y no se me aparezca con el cuento que ya rueda de que el presidente así compra conciencias para asegurarse una aprobación de la Reforma Constitucional de parte del soberano en el próximo referendum.
Lo cierto es que el pueblo manda y las élites sanguijuelas o se adecúan o se marchan.
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