miércoles, 8 de julio de 2009

Obama y el poder imperial: ¿quién manda a quién en los EEUU?

¿No se preguntan ustedes qué es lo que pasa en los EEUU últimamente, donde con tanta evidencia el “cabeza” de gobierno va por un lado y el cuerpo del gobierno por otro?  Barack Obama diciendo y pensando una cosa y el gobierno que detenta haciendo otra.  El presidente hablando de paz, de retiro de tropas, de derecho humanos y constitucionalidad, y su gobierno haciendo la guerra, negado al retiro de tropas de lugar alguno, violando como es su tradición los derechos humanos y lanzando golpes de Estados por doquier.

Hay un desencuentro, a vista de ojo, deliberado o no, más allá de la presunción de que tal ambigüedad es política constitutiva del quehacer gubernamental.  Inalterablemente a lo largo de décadas hemos notado cómo los gobiernos de los EEUU hacen encarnar su discurso progresista, de defensa de los derechos humanos, de libertad y autodeterminación de los pueblos en la figura constitucional de su presidente, mientras sus tropas hacen y deshacen lo pronunciado por esa boca.  Como si utilizaran la imagen de su presidente, presuntamente elegido por la voluntad del pueblo, como un parapeto para investirse de la moralidad de aquello que predican y distraer lo que en la práctica violentan.

De modo que nadie tenga que atreverse a creer que los EEUU son capaces de dar golpes de Estado en el mundo cuando ellos mismos se aferran y ejercen, en convicción y alma, al sistema democrático que la tal maledicencia calumnia con sus ocurrencias.

¿Será así o nosotros somos unos redomados cretinos para andar insultando a la inteligencia humana con nuestras dudas?

Como sea, sí o no, el punto es que notoriamente la ambigüedad política ha sido el arma predilecta de los gobiernos de los EEUU a la hora asumir la defensa de sus específicos intereses en una región determinada en contraposición a la semántica protocolar de sus discursos progresistas de libertad y democracia.  Mientras se centran en resaltar que tienen un presidente “democráticamente” elegido –dado un conflicto entre intereses y posiciones político-económicos en determinado lugar del mundo-, que aman la libertad y que esperan la intermediación de los factores institucionales de la humanidad, parecieran apostar siempre al paso del tiempo –que distrae la atención- para hacer prevalecer el olvido sobre el tema y dejar así que  las oscuras fuerzas de la conveniencia se traguen a los más rimbombantes principios de la moralina.

De ejemplos está llena su historia, de inútil enumeración para el caso, el último de ellos Honduras, donde el gorilismo militar ha dado un golpe de Estado y la boca propagandística de los EEUU ha dicho que apoya la democracia; pero en su fuero interno, en las profundas estructuras del poder que defiende intereses económicos y geoestrategia, se hacen de la vista gorda, apoyándolo inclusive, dando por hecho que el mundo es una sarta de estúpidos incapaz de notar la tensión entre sus intereses en juego.

El hacer y el decir.  El contenido y la forma.  Los hechos y los discursos.  Si se decidieran por hacer valer el contenido de su rayado discurso sobre la legitimidad democrática, perderían en la decisión el suelo de Honduras como plataforma política y militar de despliegue contra movimientos contraimperiales en la región.  ¿Vale la pena una postura de principios democráticos comparada con semejantes consecuencias nefastas para sus intereses particulares?  Ni idiota que fueran para no seguir jugando que todos somos unos retrasados.  El “dejar hacer, dejar pasar” constituye la esencia de la ambigüedad política del gobierno de los EEUU.

¿Y su presidente qué?  Simple variable de control que disimula el verdadero poder que manda en los EEUU; flamante banderilla sobre la capa de la corteza terrestre, la piel del sistema.  Suerte de recurso legalista y legitimista devenido en su uso para ponderar y confrontar opiniones públicas, medir reacciones, mismas que son sopesadas por el subterráneo grupo de poder y mando en los EEUU.  De manera que no luce temeraria la aseveración de que un presidente de los EEUU es en sus funciones un pelele de unas sedimentadas estructuras de poder político y económico, un “secuestrado” del sistema, en el más digno de los casos, como mucho se ha dicho de Barack Obama respecto del militarismo y guerrerismo propio de los EEUU, principal accionar –por cierto- del apuntalamiento económico de las cúpulas del poder en ejercicio. 

¿Qué tanto puede valer la pena una declaración de principios, por encima de un significativo silencio respecto de unos intereses en juego?  ¿Quién es aquél que loco suicida presidente de los EEUU se atreva un día a llevarle la contraria al “sistema”, guiado por tendencias humanistas y de convicción democrática, osando insinuar que hay algo oscuro en la historia de los EEUU, donde la semántica se trastoca, llamándose, por ejemplo, democracia a lo que es guerra y negocio de enriquecimiento para unos pocos, y considerándose que la ciudadanía en general es una gran manada de alimento para un gastronómico apetito de castas?  En medio de semejante disyuntiva, lo mejor es el silencio o, por decir más, la ambigüedad, como llevamos dicho.  No ser hombre, sino político, en su pútrida acepción, esa que lo lleva a privilegiar la ley como mecanismo de ricos para “poner un poco de orden en la explotación” de las masas, como decía Roque Dalton.

“No es precisamente Barack Obama el dueño del circo”

John F. Kennedy se atrevió un día a tratar de parar una guerra, con las consecuencias ya conocidas.  Los perros de la guerra, adláteres de la plutocracia y el poder militar, no lo perdonaron.  Así, pues, vale decir que entonces se dio en los EEUU un golpe de Estado, con toda su caracterización militarista disfrazada en la figura de lo civil, tal como hasta hoy se sigue ensayando en la práctica.

De hecho, con la “amenaza” del triunfo de Obama (un moderado) para las elecciones presidenciales y con el manejo tipo “contratista” que George W. Bush y Donald Rumsfeld habrían estado haciendo de sus fuerzas militares desplegadas en Irak, se dice que el 18 de diciembre de 2.006 se produjo un segundo golpe de Estado en las altas esferas del poder en los EEUU, confeccionado por los militares para restituir su protagonismo corporativo, defendiendo sus intereses económicos.  El nuevo hombre fuerte, tras bastidores, sería Robert Gates, actualmente Secretario de Defensa, jefe del Pentágono, presuntamente el clavo del poder en los EEUU.¹

La credibilidad en semejante tesis explicaría, por un lado, el escandaloso desencuentro que apuntamos al principio:  que el presidente una cosa piensa y manda y otra es la que insiste en desplegar la osificada estructura del poder a “su cargo”; por el otro, el porqué cada vez más se va teniendo una mayor impresión de que el modelo democrático en los EEUU es una pantomima, una función de teatro para tontos, una vieja y nueva herramienta de control sobre las masas, como se dice fue y es la religión como “opio” de estupidización de los pueblos.

Claro, con las excepciones dichas, los presidentes estadounidenses tradicionalmente se han venido  identificando -más que menos- con las acciones ejercidas por sus gobiernos, luciendo perfiles harto guerreristas, como los de un Reagan o un Bush padre, haciendo lucir al mismo tiempo también como monolíticos a sus gobiernos.  Entonces no parecía presentirse ningún conflicto en los entretejidos del poder.  El Estado, militarista o lo que fuera, resplandecía y ejercía su control sobre las instituciones, los discursos y las masas.

Pero con Obama, como cuando Kennedy, las estructuras parecen haberse revestido de crisis, aunque nunca como ahora, presintiéndose un divorcio entre cabeza y maquinaria, y  nunca tan patente la convicción respecto de la preponderancia maquinesca sobre la delegación democrática de su conducción.  Por ello no es nada casual la sensación de que, por primera vez, la figura de un presidente de los EEUU no se corresponde precisamente con la imagen fuerte del hombre que tiene a su cargo dirigir al país “más poderoso de la Tierra”.  Verdadero “tigre de papel”, como habría dicho Mao.

Más allá de la consideraciones coyunturales relativas a la crisis financiera que asola al país, a la raza de su gobernante y a una percepción de cambio en las preferencias socio-electorales en los EEUU, con franco deterioro de arraigados paradigmas,  la imagen que viene al pelo es la del antiguo Imperio Romano, descomunalmente extendido en el planeta, aparentemente imposible de administrarse a sí mismo, menos cuanto una crisis toca a su puerta y da la ocasión para que las partes, sistémicamente sedimentadas, presuman la condición autonómica del todo.  Como si se dijera que la cabeza va dejando de tener importancia.

Un soltarse de lo caballos, como se dice popularmente cuando una situación se escapa de las manos.  Y eso es en efecto:  el imperio se escapa a sí mismo de sus propias manos y no parece controlarse ni por computadora –¿quién controla las apetencias humanas?-.  Viene un mandatario, montado sobre una ola popular reformista, de humanista impacto, y consigue tan férreos moldes estructurales que parecieran sugerir primero una cruenta confrontación o combate antes que tolerar significativos cambios.

En tal contexto, no es descabellado imaginar a un Obama enfrentado impotentemente (que no lo  creo) contra esas suertes de procónsules del imperio establecidos aquí y allá por el arraigado oficio de la Casa Blanca, cada cual virrey o mandamás a su modo y en su área,  desplegando una particular política que conciben en correspondencia con el cuerpo mayor, esto es, los EEUU, aunque en el fondo sepamos que responden a intereses económicos de clanes familiares y militares.

De manera que, a pesar de Obama, los acontecimientos siguen el mismo curso en Irak (militares y políticos en su negocio); nadie los para en Afganistán, donde la presencia estadounidense ha incrementado en exportación la producción y consumo mundial de heroína (negocios militares);  ni en América Latina, donde son reyes de la política antinarcóticos, mismas que ha disparado la producción y consumo de cocaína (negocios de algunas familias potentadas).

Por ejemplo, se dice que en los hechos de Honduras se mueve el “fantasma de John Negroponte, el super [sic] agente de seguridad y mano derecha de Bush y de Dick Chenney, […] tras bastidores[…]  Negroponte fue, como se sabe, embajador de EEUU en Honduras y allí montó un siniestro aparato militar y de inteligencia”.²

Cuando se menciona a Dick Chenney, gran negociante petrolero con el invento de su guerra en Irak  durante la gestión de Bush, usted saque la cuenta de la magnitud de los poderes a los que tendría que enfrentarse a quien se le ocurra hablar de paz, así se trate de un presidente, peor incluso si disminuido, como un Obama.  No es casual que este ex vicepresidente de Bush actualmente ande en diatribas con el presidente de su propio país.

En América Latina el cuento es conocido, explicándose por qué se siente tan ausente el presidente norteamericano por estos lares:  nombres sedimentados (las osificadas estructuras de las que venimos hablando) o figuras proconsulares, como los dos arriba mencionados, además de Thomas Shannon, Otto Reich y Roger Noriega, son los artífices de las políticas centro y suramericanas.  Cada uno reportándose a sendos centros de poder en los EEUU, más allá de la misma investidura presidencial, para el caso que dicha investidura eventualmente los confronte.  De Otto Reich, por ejemplo, se dice que andaba en negocios y comisiones petroleros en Venezuela, tocándole vivir un duro revés con el retorno del Hugo Chávez al poder, vía popular, demoledor de la vieja estatal petrolera, candidata a privatización.

Contra semejante poder, inveterado, sedimentado, estructuralmente sistémico, de paso con con razones particulares de enriquecimiento en nombre de la libertad y el sacrosanto emblema de la democracia, ¿quién?   No es precisamente Barack Obama el dueño del circo.

Notas:

¹  Presuposiciones del periodista francés Thierry Meyssan.  Tomado de Ernesto Villegas:  “Robert Gates, el poder detrás de Obama” [en línea].  En Aporrea.org. – 22 ene 2.009. - [pantalla 3]. - http://aporrea.org/actualidad/a70957.html. - [Consulta:  8 jul 2.009].

²  José Vicente Rangel:  “Anatomía de un golpe” [en línea].  En Aporrea.org. – 6 jul 2.009. - [pantalla 3]. - http://www.aporrea.org/tiburon/a81669.html. - [Consulta:  8 jul 2.009].

1 comentario:

Deprisa dijo...

Sí, me suena a aquello de que la supraestructura está al servicio de la infraestructura y que no importa lo bueno que sea un capitalista, si funciona con el sistema al final hará mal. Interesante análisis :)