“Durante cuánto tiempo nos engañaron”. Walt Whitman
La libertad es la capacidad que tienen los poderosos para mantener a los débiles sometidos a régimen, sin que estos se percaten de la jugada. Total, puede decirse: si nadie nota nada ni protesta, puede hablarse de un mundo de libertades, y hasta de paz. Sobre tal contexto, nada impide definición tan perversa de tan versátil palabra.
Pero no es gala (ni gula) dialéctica, sino historia. Es un tema al día, sobremanera en América Latina, cuando el molde político-económico de la derecha (plutocracia y capitalismo) se desploma y cae, en consecuencia, el ensamblaje del engaño. La gente empieza a mirar y los ricachones a preocuparse por sus finanzas y estatus, y a gritar, con todo su poder mediático, que no hay “libertad”, que se acabó la historia y el progreso, dizque ya no hay patria, mucho menos “democracia”. Eso.
No es para menos su queja. ¿Qué libertad podrán ellos tasar en que un muerto-de-hambre aprenda a leer, a organizarse socialmente y ha descubrir el engaño, esto es, la fisiología del dominio a la que lo han sometido? El que lee, lee lo que ha sido. Es para aterrarse. Por el contrario, para el paradigma del poder, una vaina así es un atentado contra todo: contra el sistema, el mundo de valores, la democracia, el Derecho, la Historia, las buenas costumbres, la libertad... Es semilla de revolución, y revolución es vuelco de la tortilla histórica. ¡A un carajo con la independencia de nadie! Es sedición, y sedición no es libertad, por más que los libros (escritos por él mismo, el paradigma, digo) ensalcen a la palabrita como corolario ideal.
Usted se puede ir lejos y ver extendidamente este punto de la “libertad” (de los poderosos, como dijimos: no hay otra), cuento chino hecho tragar a los más tontos, y notará siempre que su fundamento es la ignorancia del otro, del menos afortunado, del más débil, casi siempre mano de obra o esclavo, regularmente pueblos. A la par de cuento chino, es cuento viejo. Es Bolívar con su apotégmica frase: “Nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza”, que juzga la historia de modo descamisante y sentencioso. No es descubrimiento del agua tibia, sino develamiento de la fría. No de otro modo pudo morir El Libertador, odiado por el poder oligarca y sumido en la miseria que dan como receta y destino a la clase por ése poder sojuzgada.
La casta de sacerdotes egipcios monopolizaba el conocimiento relativo a los ciclos fértiles y climáticos del Nilo, fundamental para la actividad agrícola y alimentación de entonces. Nadie más entraba en ese breve círculo custodio de las armas de sometimiento masivo que entonces (como también hoy) es el conocimiento, dosificado, negado o hermético. Un sacerdote de aquellos era capaz de ejecutar milagros, predecir inundaciones y eclipses. Poderoso, pues, erigido sobre la prosternación de los más simples (o ignorantes), que no alcanzaban a leer los códigos destinados para los más selectos. Consistía la libertad en dosificar la vida.
Tiempo más atrás, algo más antiguo, Prometeo robaba el fuego a los dioses y se lo entregaba a los hombres, para preocupación y temblor del poder divino. Los hombres, en consecuencia, se harían poderosos, podrían ver más a fondo y hasta competir con los inmortales. Se acababa la “libertad”. El titán sigue encadenado debajo de las montañas, eternamente castigado.
Universalmente es conocida la historia bíblica de la serpiente dando la manzana a Eva, fruto del árbol prohibido, del conocimiento de lo bueno y lo malo, ése mismo que al comerlo te hacia igual a Dios, conocedor, pues, carente de inocencia, consiguientemente ingobernable o no-engañable. Eva dio el fruto a los hombres con las consecuencias conocidas. Algún insondable poder se desmoronó con el secreto develado, y la creación se fue a pique. Algo del destino humano se perdió al ganar “libertad”. Un gran discurso, y hasta atemorizante, sin duda.
Ficciona Augusto Monterroso en uno de sus cuentos (“El eclipse”) ─viniéndonos ya casi al presente, época de la Conquista─ como fray Bartolomé Arrazola intentó impresionar a una pila de indios mayas para salva su vida, amenazándola con la ocurrencia de un eclipse (que recordó acaecería ese día) si no lo liberaban. Igual le extrajeron el corazón, mientras los sacerdotes le rezaban sobre su sangre derramada los eclipses que habían sido y los que habrían de ser. No funcionó para el caso el arma consabida de sometimiento masivo, porque esta vez la tiranía histórica se consiguió a un pueblo con la lanza del conocimiento en ristre.
Por supuesto, podrá ser historia o mito, pero no dejará por ello de ilustrar el mecanismo de dominio por engaño de las clases poderosas, mecanismo propio de este sistema plutocrático que mediante su modelo ideal (capitalismo y exclusión) sojuzga a los pueblos del mundo. Mucho es el cacareo de los ricos en América Latina porque sus pueblos despiertan y descubren patrañas. Y es que ya no van a las urnas a regalarles el voto así como así para sostener esa otra mentira neohistórica que es la farsa democrática. Y es el lamento generalizado que el mundo de valores “buenos” y “conocidos” se acaba, se le escapa la libertad, se hace comunista. Armagedón, casi. El mundo se pone patas arriba cuando un desdentado, un pobre de la Tierra, se hace con algún tipo de liberador conocimiento y reclama. No más explotación, no más burla, ¡basta! ¡Fin de mundo, caramba, que tiene su dueño!
En este sentido, como ustedes saben, hoy en América Latina los países que han abierto un poco el ojo ante el secular poder establecido, tales como Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros, son catalogados como países subversivos, peligrosos, terroristas, sin libertades, represivos, casi que sin futuro. Cosa de lógica si se consideran por un momento sus logros en materia de erradicación del analfabetismo, conciencia social y valoración histórica. Todas cosas que nunca gustará a los sacerdotes de la historia. Países demoníacos donde el ricachón empieza a perder sus negocios, sus esclavos y su antigua y plena posición de mando; países inmersos en hórridas revoluciones que arrastran consigo la libertad, como cuando se jala un mantel de una mesa y se da al traste con todo.
Y no obstante ello, hoy como ayer el sistema opresor se la juega históricamente como aprendió a hacerlo: dando por hecho la ilustración propia y la estupidez del otro. De allí que no dejemos de sorprendernos de tanto abuso, de tanto maltrato a la inteligencia, de tanta campaña mediática, de tanta ridiculez ilustrada, para decirlo de algún modo. Usted los ve por allí con su OEA (y su receta de “democracia”), con su SIP (y su receta de “libertad”), con su OTAN (y su receta de guerra), con su ONU (y su receta de paz), intentando que usted siga siendo el mismo estúpido de siempre. Usted los ver por allí con su libertad, certificando mundos, gritando la palabrita a todo pulmón, apostando al pasado, negándose al futuro, que es cambio. Usted los ve, los devela, e incluso así no se avergüenzan.
En fin, amigos, ninguna artimaña es suficiente para que sigamos siendo tontos. Hoy como ayer los sacerdotes del pasado se vanaglorian de encarnar lo más granado de la especie, y ellos solos son los únicos dignos de seguir siendo sabios, máximos o libres. Lo demás es pico y cantera. Monte. Mundo para unos y mundo para otros. Libertades, específicas libertades. Ya lo dijimos: para algunos habrá la dignidad de cultivar, por ejemplo, el conocimiento atómico; mientras para otros, el temor. Un ejemplo entre mil y cualquiera. Mil y una son las situaciones, pero una sola la verdad, ya desde hace tiempo develada, casi hecha popular (lo cual no impide que siga existiendo el descaro y la desvergüenza de considerar a los demás idiotas): jamás calzará un hombre o pueblo con conciencia de opresión en el juego de la “libertad” de quienes han anulado y engañado eternamente.
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