A la implicación de que Chávez le sacaría más punta a un liderazgo regional -que tiene demasiados dolientes- y extendería una influencia incuestionable sobre la sociedad colombiana, se le respondería con las traperas acusaciones de narco-guerrilla o narco-terrorismo, según le gusté más o menos la expresión al Departamento de Estado gringo, quien vuela como zamuro alrededor alrededor de todas la insidias sobre los cambios que se operen en nuestra América.
En la alharaca oiremos a mucha gente que fue a la universidad, madura, culta y razonable, contratada por los medios, para que pongan sobre el papel la mayor cantidad de basura recubierta por el manto de la "la gran inteligencia". ¡Carajo! Ellos se solazarán con los detalles, y escribirán sobre la mirada de inteligencia que Chávez cruzó con el oficiante guerrillero, hablarán de petrodólares que compran conciencias, insultarán a la senadora Piedad Córdoba, magnificarán declaraciones de la Casa Blanca, que se mostrará preocupada, y considerarán de mal agüero el trazo de un zamuro cruzando el cielo en sentido contrario a las agujas del reloj.
Claro, si no se logra ningún acuerdo, entonces no se negará que Chávez tiene influencias y relación con la guerrilla, como es lógico esperar. ¡Jamás! ¿Quién le pide manzanas al mango? Con el mayor desparpajo hablarán del declive del presidente como líder regional, su pérdida de influencias en su propia zona estratégica, y no faltarán los mejor preparados en las mejores universidades del mundo que vaticinen la casi inmediata caída del tirano.
El asunto aún no ha comenzado y ya critican la buena fe del presidente en la liberación de 40 implicados colombianos en el caso de la finca Daktari, de quien dice la oposición que jugaban con armas de juguete a la caza del venado cuando les metieron el guante.
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